domingo, abril 11, 2010

Autobiografía para la facultad


En la vida, como en el cine, hay ciertos momentos que determinan la columna vertebral de la historia. A pesar de que es difícil encontrar muchas de estas circunstancias dentro de mis 23 años de vida, ciertos hechos que pueden carecer de valor para otras personas, resultaron fundamentales para la toma de mis decisiones.
Vivo en el barrio de Banfield desde que nací, pero no me considero el tipo de persona que siente una identificación con su lugar de origen. Lo veo más como el hábitat que eligió azarosamente el destino para mí. Las primeras imágenes del recuerdo se remontan al jardín de infantes del Colegio Alemán de Temperley. En esta institución hice el primario, el secundario y formé mi principal grupo de amigos.
Desde pequeño que quiero ser periodista. Creo fundamental que una persona desarrolle su vocación antes de elegir una profesión. Esto se nota en aquellos que intentan hacer algo sin saber cómo. Simplemente improvisan. Descubren ciertos detalles que nadie les puede transmitir. Recuerdo que mi padre traía el diario todas las noches y yo, antes de saludarlo, se lo pedía. Armaba cuadernos con recortes de noticias y le escribía comentarios personales al margen. Y muchas de estas actividades ni siquiera las recuerdo, sólo me baso en los comentarios de muchos familiares y conocidos que me veían de chico escondido detrás de un periódico, aún cuando no sabía leer.
Durante la adolescencia dejé de hacer muchas de esas cosas que en un primer momento me apasionaban. Me encontraba en una nebulosa. Leía y escribía mucho menos. Las películas tomaron un papel mucho más preponderante dentro de mis actividades diarias y esto influyó mucho a la hora de elegir una carrera. La idea del periodismo desapareció en forma repentina y me enfoqué en una de mis pasiones, el cine. No me considero un cinéfilo, pero sí un espectador constante. Suelo ir a las salas sin compañía, pero no por ser solitario, sino porque es parte de mi ritual. Comencé la carrera de Diseño de Imagen y Sonido en la Universidad de Buenos Aires y al principio me costó demasiado. No contaba con una formación artística y tuve que crecer dentro de un mundo completamente desconocido. Con el paso del tiempo me fui acostumbrando y la carrera se volvía cada vez más interesante. Pero había un fantasma que me perseguía desde el primer día: la falta de vocación. A diferencia de muchos compañeros, no emprendía ningún tipo de proyecto. Mi casa y la facultad eran dos mundos opuestos y esto conspiraba contra mis ganas y mi desempeño. A mediados del 2007 decidí dejar Imagen y Sonido –sólo completé ese segundo semestre una materia anual- y me tomé el resto del año para hacer algún que otro curso y, sobre todo, para pensar. Poco a poco, el cosquilleo del periodismo fue resurgiendo a pasos suaves. Incursioné en el mundo del blog y me propuse actualizarlo todas las semanas. Con la constancia y la dedicación fui descubriendo una vieja faceta que se mantenía escondida. Pude trabajar en algunos medios digitales y siento que tengo la capacidad para hacerlo. No me considero un sapo de otro pozo, como sí me sentía mientras estudiaba la otra carrera. Si alguien me pregunta qué quiero hacer de acá a diez años, le diría que quiero trabajar en un medio gráfico, pero soy consciente de que cada segundo implica una determinada decisión y, por ende, un camino distinto.