lunes, enero 05, 2015

Dos disparos, de Martín Rejtman



Aprovechando la cercanía, finalmente fui al Gaumont a ver “Dos disparos”, última película de Martín Rejtman que en estos días también se puede ver en el Malba. El filme, que recorrió varios festivales y tuvo muy buena recepción por parte de la crítica, presenta como punto de partida a Mariano (Rafael Federman), un chico de unos veinte años que vuelve de madrugada a su casa tras ir a bailar, y que en vez de irse a dormir, decide cortar el pasto. Tras romper uno de los cables de la máquina, busca en una caja alguna herramienta para arreglarlo y en su lugar encuentra, sorpresivamente, un revolver. Sin pensarlo demasiado, y en medio de un calor agobiante, Mariano sube a su cuarto y se pega dos tiros, uno que le roza la cabeza y otro que le perfora el estómago. De milagro sobrevive.

La película no tiene una estructura clásica. De hecho, se ramifica en diferentes líneas argumentales que no se cierran y termina abandonando, por lo menos superficialmente, el “disparador” inicial. Como idea general, el filme retrata con un tono monocorde y sobrio, casi mecánico (sobre todo en sus diálogos) y pinceladas de humor incómodo, la reacción de la familia de Mariano –su hermano y su madre- ante el intento de suicidio. Pero en particular, el guión parece ir recorriendo la acción de cada uno de los personajes que van apareciendo, sin quedarse mucho tiempo en ninguno, como si se distrajese fácilmente, como si el hecho de permanecer quieto lo incomode.

Se supone que un hecho de estas características debería provocar un cambio en el entorno familiar (aunque no siempre es así), pero la reacción es silenciosa y se desenvuelve profundizando el aparente problema original, o sea, ocultándolo. Pero así como la acumulación de basura debajo de la alfombra lleva a que un día ésta se termine viendo, los problemas terminan encontrando la forma de ver la luz, a pesar de los frustrados intentos de los protagonistas. Todo esto se ve en detalles, en escenas puntuales, en diálogos específicos, enmarcado dentro de estos mini relatos protagonizados por el propio Mariano, que toma su acto sin demasiada preocupación, como si fuera un hecho común; por su hermano Ezequiel, que conoce a una chica que se está separando de su novio “hace dos años”; y por su madre, que emprende un viaje a la costa junto a la profesora de flauta de Mariano y termina conociendo a un particular grupo de personas que entran demasiado rápido en confianza.

El hecho de no tener un final claro da a suponer que Rejtman prioriza la percepción de los climas que genera y la conclusión que uno pueda sacar de esa observación, sin importar si esa historia, en un sentido narrativo clásico, se cierra de algún modo. Por este motivo dudo que sea una película para cualquier tipo de espectador. Su ritmo es lento pero inquietante, como un constante tic tac de una bomba que está a un punto de explotar, pero que nunca lo hace. O en realidad sí lo hace, pero en forma de disparos.

El pedazo que faltaba

Hacía bastante que no iba al Gaumont y por lo que vi, está mucho mejor que antes. Pero lamentablemente sigue teniendo algunos problemas que no se sabe bien por qué suceden, si por dificultades técnicas, descuidos de los proyectoristas o por malas copias. En el medio de la película se cortó la imagen, pero no el sonido.  Al segundo, una mujer que estaba sentada atrás mío se paró indignada y exclamó “¡otra vez, no!”. Rápidamente fue a reclamar. Parece que era la segunda película que veía en el día, y el mismo problema la perseguía. “Seguro que ahora la ponen de nuevo sin repetir el pedazo que no se pudo ver”, dijo en un par de oportunidades. Efectivamente fue así. Mientras la película continuaba solamente con audio, la mujer volvió a gritar: “que alguien vaya por favor a reclamar que yo ya fui”. Y agregó: “encima tiene el sonido bajo y acá atrás hacen ruido”. Tenía razón en todo, pero nadie se mostraba demasiado indignado (yo sí, pero tengo un perfil mucho más bajo). Luego, tras repetir lo de “seguro la vuelven a poner sin repetir el pedazo”, otra mujer empezó a burlarse: “ay, el pedazo, el pedazo”. “Sí, dale, vos reite”, le retruco la primera. “Mirá si me voy a molestar porque me falta un pedazo a los 66 años”, le dijo nuevamente en tono burlón la otra, mientras las veinte personas que estaban en el cine se reían. Cuando todos ya estaban callados, un hombre de unos cincuenta años (que estuvo TODA la película tratando de besar a su novia mientras esta simplemente quería ver la pantalla), seguía tentado y no podía contener la risa. La mujer que estaba atrás mío ya no decía nada. Había sido completamente ridiculizada. Todo parecía una escena de una película de Fellini.  

martes, diciembre 30, 2014

I will see you again in 25 years

Terminé de ver Twin Peaks con un atraso de varios años, ya que la tenía en mi lista de pendientes y nunca encontraba el tiempo para verla. La noticia de la nueva temporada (que se estrena en el 2016) y la presencia de la serie en Netflix, terminó de darme el empujón que me faltaba. Mi interés actual por las series me llevó también a conocer los orígenes del fenómeno, que tranquilamente podrían adjudicarse a esta obra de David Lynch y Mark Frost, realizada a comienzos de los noventa. La presencia de un director de cine en la televisión (junto al tratamiento estético que eso conlleva) y la temática abordada, eran elementos poco usuales en el medio por aquellos años y la necesidad de renovación se vio reflejada en un público que la consumió masivamente, obligando al director a estirar el misterio y filmar una segunda temporada. Ese misterio era la joven Laura Palmer. O más precisamente la identidad de su asesino.

La primera temporada de la serie es corta y efectiva. Se plantea el problema, se presentan los personajes (entre ellos al excéntrico Agente Especial Dale Cooper) y se comienza a retratar, más allá del conflicto en cuestión, la vida de un pueblo que hasta ese momento vivía una tensa calma. La aparición del cuerpo sin vida de Laura Palmer dispara una serie de conflictos que se encontraban escondidos bajo ese manto de supuesta tranquilidad. “Todo estaba bien hasta que llegaste tú”, le dicen a Cooper, agente del FBI a cargo del caso. A diferencia de muchas series actuales (sobre todo aquellas cuya trama gira alrededor de un crimen) que plantean resoluciones parciales (llevando a cada personaje al fin de un episodio a ser sospechoso), Twin Peaks lograba mantener el misterio a través de posibles focos de investigación, pero sin obligar al espectador a deducir tanta veces que efectivamente tal personaje era el asesino. Si se la ve hoy en día puede resultar un tanto exagerado el elogio de su realización, pero para la época era toda una revolución ver un producto televisivo tan cinematográfico y arriesgado. La muy buena primera temporada solo falla, a mi entender, por algunas performances actorales en momentos dramáticos que atentan un poco contra la credibilidad del relato. 

Los problemas (no del pueblo, sino de la serie) surgieron, en parte, como consecuencia de su éxito. Al ver los muy buenos números de audiencia, la cadena estadounidense ABC le pidió a Lynch que no devele el nombre del asesino en la primera temporada  y le encargó una segunda, compuesta por unos extensísimos 22 capítulos, que era el formato clásico de las series del momento. La verdad es que empecé a ver la serie sin demasiada información y ni me fijé en la previa cuántos capítulos tenía. Sabía que eran dos temporadas, pero supuse que las dos eran cortas. Al ver que la segunda era tan extensa, sospeché que podría llegar a ser un bodrio. Y lo fue.

Sin embargo, el problema no era la extensión, sino el modo de desarrollo. Este cambio de planes llevó a que Lynch se desligue un poco del proyecto, ya que paralelamente había filmado -y estaba promocionando- una nueva película. Al ver que durante la segunda temporada el rating comenzó a decaer, los productores exigieron que se devele el nombre del asesino. Una vez ocurrido eso, la serie cayó en caída libre. Varios directores fueron llamados para filmar diferentes capítulos y así tapar los baches de una historia que no encontraba su razón de ser. Se llevó al límite de la exageración la sutileza de sus virtudes, ese espíritu surrealista que comenzaba a aparecer en la primera temporada y que se volvió burdo en la segunda. La historia no era dramática ni cómica, solo densa. Se desarrollaron innecesariamente personajes secundarios poco interesantes, ajenos completamente al foco de la trama, y en algunos casos con destinos insólitos. Con el afán de mantener cierta intriga se mantuvieron algunas pinceladas de misterio que recién sobre el final de la temporada recobran protagonismo. Ahí, y en concordancia con el retorno de Lynch, es cuando la serie repunta nuevamente y “cierra” de forma digna –en realidad inconclusa- una historia que merecía ser más efectiva de lo que fue. El carácter sobrenatural que adquiere la trama se desarrolla lentamente en la primera temporada (suena lógico que no se lo presente en primera instancia para no ahuyentar espectadores, algo similar a lo que ocurrió con Lost) pero golpea abruptamente en la segunda reforzando lo burdo de toda la historia. Pero como dije antes, no es el qué, sino el cómo. 

Más allá de eso, los méritos de Twin Peaks superan a sus defectos, y probablemente sea ese el motivo que la llevó a convertirse en una serie de culto. El retorno de la serie, justo a 25 años del “I will see you again in 25 years, nos hace preguntar en qué estado volverá. El hecho de que sean solo 9 episodios y que el director de todos ellos sea Lynch, nos augura en la previa un saldo más positivo que negativo. 


lunes, noviembre 11, 2013

Volver

Lo extrañé. Es difícil volver a un lugar al que le dedicaste tanto esfuerzo y dedicación, y que ahora se siente extraño, vacío. Un lugar para descargar pensamientos, preocupaciones, alegrías o simples comentarios acerca de temas que, por algún motivo, consideré relevantes en algún momento de mi vida. Hoy, por diversas razones, vuelvo como perro arrepentido. Vuelvo por necesidad de dar marcha atrás y retomar el camino. Vuelvo porque extraño sentirle el miedo a la hoja en blanco. Vuelvo porque extraño pensar cada palabra como si fuera única y necesaria para reflejar una idea. Vuelvo porque siento que en un punto hice borrón y cuenta, y eso no era lo que había que hacer. Tampoco sé qué había que hacer – ¡y eso está bien!- pero creo que no todo lo pasado es malo y no es necesario tirar la hoja al tacho después de empezar a escribir un camino. Vuelvo porque no todo lo pasado fue mejor, pero sí importante en algún punto y por eso debe ser rescatado. Vuelvo porque todas las palabras que un día supieron ordenarse en estas páginas, logrando despejar un poco el pensamiento, hoy se encuentran amontonadas en algún lugar que no les permite ver un poco de luz y respirar algo de aire. El futuro será de lo mejor y por eso vuelvo. Lo sé, no dije nada. Pero dije todo.  

lunes, febrero 20, 2012

Ciegos entre Ciegos


¿Qué harías si todo el mundo estuviera ciego? A partir de una realidad cuasi apocalíptica en la que todo el mundo sufre una epidemia de "ceguera blanca", José Saramago retrata con un nivel de detalle que roza lo escatológico, una realidad plagada de miserias y frustraciones, de búsqueda mutua de consuelo, de necesidad y dependencia para con el otro, de llanto respondido con llanto. Un mundo que puede ser el de cualquiera, que escapa a los nombres, países y lenguas, que busca ser una metáfora de lo universal, de aquello que nos une a pesar de las diferencias. Todo puede ser diferente, pero la esencia de nuestros cuerpos es la misma, y eso nos iguala. Y ante la ausencia de imagen, y por ende de ciertos prejuicios burdos, todos somos lo mismo. Y así como nuestros ojos pueden ser privados de su libertad, el espíritu tiene poder de decisión. Puede ser quebrado, pero intentará prevalecer. O al menos tiene la libertad para hacerlo.

Ensayo sobre la ceguera plantea una lucha de espíritus, que buscan prevalecer ante la adversidad, ante el cambio de una realidad conocida hasta entonces. Cuando uno es ciego y los demás ven, sabemos que, más allá de la dificultad, siempre puede haber una guía que nos marque el camino indicado. Saramago plantea un escenario diferente, en el que todos se necesitan entre sí, en el que las "capacidades diferentes" alcanzan el grado de normalidad.

En cuanto a la película, Blindness, no logra transmitir completamente la idea. Parece más un resumen del libro que una película en sí misma. Partes inconexas, poca profundidad de los personajes y comportamientos inverosímiles que se justifican en el libro, pero no en la adaptación. Lo cierto es que los tiempos cinematográficos no permiten aplicar el recurso de la repetición y del detalle que tan bien utiliza Saramago, y que logran generar en el lector un conocimiento superior de cada unos de los personajes, y por ende de sus actos. En la película se muestran muchas actitudes que están en el libro, pero que pierden sentido por su "soledad" dentro del film. No están justificadas.

No todas son pálidas. Creo que se puede rescatar el uso de ciertos recursos, como los fuera de foco, la tonalidad blanca de la imagen y la puesta en escena dentro del manicomio y en las tomas exteriores.

La adaptación cinematográfica tiene al peor competidor, que no es el libro, sino la imaginación del lector. Tal vez la idea de fidelidad no sea la más adecuada para lograr que el espectador -que leyó el libro- se sienta identificado con esta forma diferente de comunicar una idea. Buscar una identidad propia, despegarse un poco del ladrillo atado al pie que implica el libro para la película, tal vez sea la mejor manera de lograr que el espectador y el lector logren convivir en su propia imaginación.

lunes, enero 30, 2012

La estrella



Da el primer paso y las luces la encandilan. Un shock de adrenalina recorre su cuerpo, quieto, duro, como si no fuera de carne, como si fuera de cera. Con toda la fuerza de su espíritu débil, logra girar hacia el costado para enfrentar al monstruo de la cámara. La quietud vuelve a apoderarse de cada parte de su ser, salvo de sus ojos, que tienen vida propia y gritan en búsqueda de liberación. Ellos no entienden de fama, dinero y poder. Son como chicos que sólo quieren ser libres, sin responsabilidades ni preocupaciones, sin obligaciones ni máscaras de maquillaje. Son pura esencia. No entienden como las luces no ven que ella es sólo una chica, un envase de sentimientos, dudas, temores y alegrías, como cualquier otra. Una chica que una vez soñó con ser estrella y hoy sueña con ser sólo una chica.

miércoles, noviembre 30, 2011

Hernán Casciari: ¿Cómo matar al intermediario?



En esta oportunidad sigo un poco la lógica del post anterior, en el que postulaba un periodismo sin intermediarios (tengo que dejar de plantear estas cosas, me voy a quedar sin laburo). El que habla en este video es Hernán Casciari, autor del blog Orsai y de libros como "Más respeto que soy tu madre". En la charla de 18 minutos que brindó en TEDxRiodelaPlata, Casciari cuenta un poco acerca de sus experiencias profesionales y de cómo éstas lo llevaron a crear la revista Orsai. Esta publicación trimestral, que cuenta con más de 200 páginas y la firma de grandes periodistas, literatos, dibujantes y otros habitúes del ámbito cultural, carece de publicidades y de intermediarios. Casciari busca reflejar en el proyecto su cruzada contra el sistema y las editoriales, que suelen aprovecharse de los autores otorgándoles sólo un 8% de los beneficios de las ventas. La charla y el proyecto son puro romanticismo. Una utopía posible. Sin embargo, también es necesario mencionar que el autor recibió reconocimiento, no sólo por su trabajo, sino también por la plataforma que significó el apoyo del sistema. ¿O acaso hubiera podido Casciari llevar a cabo este proyecto sin el respaldo previo del sistema que lo hizo popular? Aclaro, por las dudas, que me encanta lo que propone y que todo el mérito se lo lleva él, el autor. Pero también es cierto que el sistema está hecho para que sólo puedas triunfar adentro, y no afuera. Salvo que hayas sido parte.

viernes, noviembre 25, 2011

Conversaciones sobre el futuro: Guardiola vs. Trueba



La entrevista es una de las herramientas clave del periodismo. Se puede dar en distintos ámbitos, tiempos y formas. El clima de la televisión suele ser el más complicado por un simple motivo: el entrevistado se puede sentir intimidado por toda la parafernalia que rodea al medio, sabiendo que miles de personas lo están viendo en ese preciso instante y que cualquier respuesta salida mínimamente del libreto puede alimentar al monstruo. Entonces el resultado va a depender de la capacidad del periodista para enajenar a su interlocutor y de la experiencia del entrevistado, para dejarse persuadir o no.

¿A qué viene esta introducción? A un video que muestra una charla entre Pep Guardiola, técnico del Barcelona, y el director de cine español Fernando Trueba. Es una conversación sin intermediarios, que reúne a dos entrevistados. Ninguno se siente interrogado. Al contrario, saben que están en el mismo estado de situación. Cualquier pregunta que pueda surgir entre ellos es producto de la mera curiosidad. La vorágine mediática que se percibe en cualquier programa de televisión, es reducida a su mínima expresión: dos sillones, dos mesas, dos copas, dos cámaras; un clima de silencio y semi-oscuridad, potenciado por el blanco y negro de la imagen.

Trueba y Guardiola, cada uno desde su lugar, reflexionan acerca de sus respectivos trabajos y de cómo estos pueden vincularse de múltiples maneras. El trato con los jugadores/actores, el espíritu amateur en el profesionalismo (ya sea en el fútbol o en el cine), las diferentes etapas dentro de una profesión (que incluye una frase interesante de Trueba acerca de sobrevaloración de la juventud), etc. Maravilloso desde todo punto de vista, desde lo formal hasta el contenido.

En una época en la que es cada vez más difícil sorprenderse con declaraciones o escuchar respuestas profundas en las entrevistas, éste tipo de conversaciones nos permiten reflexionar acerca del rol del periodista y de cómo aquellas personas ajenas al medio desconfían de éste. La desconfianza parte de la traición a la que se pueden ver sometidos los declarantes. Los títulos fuera de contexto, los falsos rumores que surgen producto de intereses, la falta de respeto por el off the record, etc. Si se sigue de esta manera, vamos a poder seguir disfrutando de estas charlas maravillosas, pero sin intermediarios. Nosotros, los periodistas, nos vamos a volver prescindibles.