sábado, febrero 27, 2010

La normalidad de lo anormal


Transitar por calles y avenidas argentinas puede convertirse en una odisea. En aquellos países en los que el derecho al reclamo es ejercido correctamente, el respeto por el prójimo siempre tiene carácter de prioridad. Tanto es así que las protestas se realizan con total tranquilidad y sin obstaculizar el paso de automóviles y/o peatones.
Uno se pregunta qué grado de consideración puede tener una persona con aquel que reclama, si éste se presenta con la cara cubierta y con palos encadenados que denotan violencia. Lo preocupante de esta situación no es el reclamo de estas personas ni tampoco el tiempo – y la paciencia- que pierden aquellos que se ven demorados por este impedimento. Lo que realmente preocupa es el grado de normalidad que adquiere un hecho como éste (como tantos otros en este país) y el poder que van acumulando estas personas. Un poder cuyo crecimiento es inversamente proporcional a la pérdida de autoridad de aquellos que deben mantener un estado de orden.
¿Qué pasa si una persona necesita llegar a un lugar de forma urgente y se encuentra con este tipo de impedimentos? Se puede perder un trabajo, se puede perder una oportunidad, se puede perder una vida. Vivimos en un país en el que todo tiene que venir de arriba. Nuestra clase política es un triste reflejo de la sociedad. ¿Por qué pedir dinero si se puede pedir trabajo? ¿Acaso somos lo suficientemente superiores como para no aceptar un empleo de baja alcurnia? Será que no somos una sociedad sufrida y que el éxito momentáneo nos malacostumbró para toda la vida. A veces necesitamos un golpe bien fuerte para darnos cuenta de lo que valen las cosas.