sábado, diciembre 18, 2010
Estereotipos
Estereotipos. Tengo un pensamiento recurrente al ver a determinado tipo de personas. Y cuando hablo de “tipo de personas” me refiero a aquellas que encajan perfectamente en un molde. Se diferencian por detalles perceptibles superficialmente, pero en esencia -en lo profundo- son prácticamente iguales. Y ahí caigo momentáneamente en la idea de sentirme especial por no encajar en ese molde. Peeeero, sin embargo, rápidamente muchos de esos pensamientos, sensaciones, imaginaciones que uno tiene cotidianamente y que no se las cuenta a nadie, son también reconocibles en otro tipo de persona. En otro molde. Y ahí caigo en la conclusión de que no somos tan especiales. De que somos fabricados en distintas fábricas. Puede llegar a ser frustrante el hecho de que algún pensamiento íntimo sea tan poco original. “¿Qué onda? ¿Soy uno más del montón?” Probablemente en Corea, Guayana francesa o en el Congo belga hay alguien que está escribiendo lo mismo, o algo parecido. En algún momento me molestaba, ya no. No se ofenda algún psicoanalista, pero me los imagino descifrando el tipo de molde en la primera sesión para luego seguir las pautas del manual. Somos predecibles. Algunos más, otros menos. Incluso los que se hacen los rebeldes tatuándose al Che Guevara o llevando una remera con su cara, caen en otro tipo de estereotipo: “¡Soy un salame que me hago el rebelde y no tengo ni idea de quien es el Che Guevara, pero es cool, man!
viernes, septiembre 24, 2010
Sin refugio
Tomás Eloy Martínez escribe desde el recuerdo de las víctimas de Hiroshima. Profundo relato que integra su libro “Lugar común la muerte”
Hiroshima se convirtió en un lugar común, no sólo de muerte, sino de recuerdos y de luchas eternas entre el futuro que no viene y el pasado que no se va. En “Los sobrevivientes de la bomba atómica”, Tomás Eloy Martínez retrata un estado de situación, un reflejo deformado de una realidad abandonada. Apelando a los testimonios de los protagonistas –las víctimas- el autor recorre a través de los recuerdos un camino oscuro que nace en aquel día trágico y que aún hoy (la crónica fue escrita en 1965 y actualizada en 2008), a diferencia de estas personas, no muere.
Eloy Martínez se convierte en un narrador prácticamente invisible, que da lugar a las verdaderas voces de esta historia. El periodista argentino combina en este relato el uso de datos duros y la descripción cuasi metafórica de las amargas sensaciones que trae aparejada la memoria. Las cifras son vistas con cierta desconfianza en algunos casos (sobre todo si son aportadas por entes gubernamentales) y van cobrando valor con el correr de la historia. Son un golpe de reacción a un lector inmerso en la cadencia del texto. “Las cifras dicen poca cosa, pero a veces lo dicen todo”, repite en más de una ocasión el autor. Se recurre a todo tipo de voces, desde los miembros de organismos creados especialmente a partir de este acontecimiento (como el Atomic Bomb Casualty Comission), hasta víctimas, familiares, funcionarios e incluso investigadores estadounidenses. Los datos históricos ayudan a contextualizar, a crear un marco que encuadra temporal y espacialmente las palabras de las personas.
La postura de las víctimas frente a la muerte es contradictoria. Se la rechaza y se mira hacia delante (en la escuela apenas se habla del tema) o se la espera con resignación, sin poder olvidar, a causa de las marcas que todavía persisten en el cuerpo social. “Sienten la vida como un prolongado suicidio”, afirma un doctor del hospital de Fukushima.
Tomás Eloy Martínez narra apelando a los sentidos del lector. La descripción de sonidos, olores e imágenes de la catástrofe transporta a todo aquel que lee esta historia a ese tétrico mundo de cielos iluminados y tierras desguarnecidas.
Hiroshima se convirtió en un lugar común, no sólo de muerte, sino de recuerdos y de luchas eternas entre el futuro que no viene y el pasado que no se va. En “Los sobrevivientes de la bomba atómica”, Tomás Eloy Martínez retrata un estado de situación, un reflejo deformado de una realidad abandonada. Apelando a los testimonios de los protagonistas –las víctimas- el autor recorre a través de los recuerdos un camino oscuro que nace en aquel día trágico y que aún hoy (la crónica fue escrita en 1965 y actualizada en 2008), a diferencia de estas personas, no muere.
Eloy Martínez se convierte en un narrador prácticamente invisible, que da lugar a las verdaderas voces de esta historia. El periodista argentino combina en este relato el uso de datos duros y la descripción cuasi metafórica de las amargas sensaciones que trae aparejada la memoria. Las cifras son vistas con cierta desconfianza en algunos casos (sobre todo si son aportadas por entes gubernamentales) y van cobrando valor con el correr de la historia. Son un golpe de reacción a un lector inmerso en la cadencia del texto. “Las cifras dicen poca cosa, pero a veces lo dicen todo”, repite en más de una ocasión el autor. Se recurre a todo tipo de voces, desde los miembros de organismos creados especialmente a partir de este acontecimiento (como el Atomic Bomb Casualty Comission), hasta víctimas, familiares, funcionarios e incluso investigadores estadounidenses. Los datos históricos ayudan a contextualizar, a crear un marco que encuadra temporal y espacialmente las palabras de las personas.
La postura de las víctimas frente a la muerte es contradictoria. Se la rechaza y se mira hacia delante (en la escuela apenas se habla del tema) o se la espera con resignación, sin poder olvidar, a causa de las marcas que todavía persisten en el cuerpo social. “Sienten la vida como un prolongado suicidio”, afirma un doctor del hospital de Fukushima.
Tomás Eloy Martínez narra apelando a los sentidos del lector. La descripción de sonidos, olores e imágenes de la catástrofe transporta a todo aquel que lee esta historia a ese tétrico mundo de cielos iluminados y tierras desguarnecidas.
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viernes, agosto 20, 2010
El amargo néctar
Él nunca tomó. Se sentía diferente en un clima de algarabía juvenil. Bebidas, música, risas. Hombres y mujeres. Todo ocurría rápidamente. Sin embargo, él percibía la sucesión de momentos con un nivel de detalle extremadamente minucioso que contrastaba con la vorágine consumidora de la lucidez ajena. Se encontraba en una posición poderosa, pero vulnerable. La cerveza no lo perturbó. Las bebidas blancas irradiaban personalidad, pero en el fondo eran débiles. No, gracias. Decía.
Se dejó caer en la silla mientras los demás bailábamos, nos sentábamos, nos parábamos nuevamente y luego volvíamos a bailar. Era superior, y lo sabía. Pero lo que no tenía en cuenta era que incluso la persona más fuerte tiene puntos débiles. Y su debilidad acababa de entrar por la puerta de la mano de un joven. Morena, delgada, llamativa. Un poco densa para algunos. Todos nos dábamos vuelta al verla llegar. Le decíamos, Fernet.
Algunos la miraban y luego la ignoraban. La probaban, la dejaban. Mujer de un solo hombre, decía ella. Lo observaba fijamente. La atracción era mutua. Él se acercó tímida y lentamente. La volcó sobre sus labios. Pura. Era una situación perfecta, nadie les prestaba atención.
Pasó una hora. Dos. Su rostro se transformó. Una alegría extrema invadió su cuerpo. No era él. El amargo néctar de la mujer tomó posesión de su cuerpo. Era uno más, ya no se sentía diferente. Comenzó a moverse a la par del resto, como sumergido en una corriente marina que lo trasladaba sin su consentimiento. Algunos lo mirábamos de reojo, extrañados. Otros lo sumaban rápidamente al ritual.
¡Son las dos! gritó uno. Todos miramos el reloj, menos él. Camperas en mano, música apagada, el ritmo se mantenía vivo en su cabeza. Salieron a la calle. Frío. Las luces de la ciudad se movían de un lado al otro. ¿Y tu auto? Le preguntó uno. Lo estacioné a unas cuadras, dijo él. Vamos caminando al bar, decidió después.
Entremos ya. ¡Documentos por favor! A ver, levantá los brazos. Una sonrisa de lado a lado se marcó en su rostro. Sus ojos se cerraron con placer y alzó sus manos como si pudiera tocar el cielo. Se volvía a sentir superior. No había mujer que lo pudiera rechazar. En la oscuridad del lugar, comenzó a caminar con una postura erguida. Su altura le permitía ver todo desde otra perspectiva. Todo aquel que se lo cruzaba fruncía las cejas y luego reía. Era el rey. ¿Los demás? Sus bufones.
¡Music! Gritaba Madonna. Mientras, él caminaba moviendo la cabeza. Ojos entornados. Leve movimiento facial. A vos te conozco, le decía a cada mujer que pasaba. Llevémoslo para afuera, me rogaba una amiga. Está sacado. Lo agarramos del brazo. Se dejó llevar.
El aire exterior fue un gancho de derecha de Mohamed Ali. Su cuello cedió, la cabeza descendió y su mentón rozó su pecho. Vení, sentate un segundo. Lo dejamos ahí, muerto espiritualmente. Boca abierta, mirada fija, francotiradora. ¿Cómo vuelve manejando? Murmuró uno desde atrás. Nos dimos vuelta y no respondimos. Pasaron segundos, minutos, décadas. Seguía inmóvil. ¡Se está moviendo! Grité. El amargo néctar de la viuda negra abandonaba su cuerpo. Estaba débil, cansado de la lucha interna entre su ser y su no ser. Perdón, nos dijo. Definitivamente necesitaba ayuda.
Dos amigos le pidieron la llave del auto. No me puedo subir, balbuceó. Me mareo. Se marea. Su conciencia se trasladó a un barco que lucha contra la tormenta en altamar. Amigo, ya llegó el auto. ¿Ya? preguntó incrédulo. Su percepción sufría de serias elipsis temporales. Vamos a comer comida basura, dijo un desubicado. Sin embargo, nadie se negó. Era temprano y había hambre de gloria.
Estacionamos. Me quedo en mi auto, dijo la víctima en un estado intermedio entre la plena conciencia y la desnudez mental. Mientras comíamos, decidíamos qué hacer con el muerto. Ideas bizarras circulaban por la mesa, descartadas por la risa y la preocupación. Lo llevamos hasta la casa y nos volvemos en remo, propusieron. Era incómodo, era la única opción.
Llegamos amigo. Perdón, dijo nuevamente. No hay drama.
sábado, junio 05, 2010
Una voz en la pantalla
A punto de recibirse de Licenciado en Letras, Franco Torchia ya cuenta con una amplia trayectoria en los medios de comunicación. La voz del exitoso programa Cupido nos cuenta su experiencia.
Uno más. Pero no es uno más. Está sentado junto a los alumnos y se lo nota nervioso. Va llegando gente al baile y él observa. Tras la presentación de rigor, con curriculum vitae de por medio, Franco Torchia se para frente a una clase expectante. Su pasado llama la atención, sobre todo a los jóvenes, pero aún así es difícil reconocerlo. Hasta que habló. Esa voz sí se la reconoce.
Franco Torchia tiene 34 años. Comenzó su carrera a los 17 en un programa de cable de la ciudad de La Plata, su lugar de origen. Sin embargo, el salto lo dio al convertirse en productor de Maratón VJ, un programa que emitía la señal de cable Much Music y que según él fue una de sus mejores experiencias en los medios: “Era un programa que tenía identidad, aún cuando no había tantos recursos”, recuerda.
Le cuesta empezar a hablar. Mueve sus manos con nerviosismo, las estira, las aprieta. Intenta relajarse. Su cuerpo dice una cosa, pero su voz dice otra. Es su seguro a todo riesgo. A medida que pasan las palabras y las preguntas de los alumnos, el cuerpo se pone en sintonía con la voz. Ya está equilibrado.
Después de Maratón VJ, se le presentó una oportunidad en otro programa del mismo canal. Se llamaba Cupido y, básicamente, consistía en reunir en el estudio a dos personas –un chico y una chica- para que se conozcan. El problema era que no podían verse. Era una especie de cita a ciegas en vivo y en directo, con un locutor como intermediario. “Al principio entré como productor, pero luego hicieron un casting para la voz y quedé yo”, afirma. Pero rápidamente aclara que, en realidad, era más barato que quede él.
Programa va, programa viene, el ciclo se convirtió en un éxito. El boca en boca lo convirtió en un programa de culto de la televisión argentina. Para los jóvenes, era gracioso; para otros, muy polémico. Las llamadas de los televidentes, que se burlaban de los participantes, acentuaron las críticas. Sin embargo, Torchia defiende al programa y destaca la libertad que tenían para hacerlo: “Nosotros no filtrábamos los llamados telefónicos ni tampoco hacíamos casting. Si venía alguien poco agraciado físicamente no le podía decir que no. ¿Por qué le voy a decir que no?”, pregunta efusivamente. Cuándo se le consulta si hoy en día se arrepiente de algo, agradece esta “oportunidad histórica” para descargarse y decir que lamenta no haberle exigido a los encargados de prensa que muestren cómo se producía el programa realmente. Hoy, más allá de que dejó de emitirse en el 2003, Cupido sigue haciendo furor en las redes sociales y en portales de videos como YouTube.
Fueron tres temporadas y el éxito se sintió: “Tres años seguidos, sin descanso, todo demasiado junto, vertiginoso. No tuve tiempo para pensar”. La adrenalina del vivo lo consumía, pero le gustaba lo que hacía porque le hacía acordar aquellas épocas en que miraba -escondido- a Roberto Galán conduciendo “Yo me quiero casar ¿y Ud.?"
Durante un año y medio fue director de contenidos de Microshow.com, una señal de televisión por Internet. Califica a la experiencia como “muy interesante”. En la actualidad, trabaja en el área multimedia de la revista Ñ, de Clarín: “Es diferente, tiene un mecanismo más sutil. Un espíritu más elegante del mensaje y el lugar”, asegura. Se siente bien, pero sabe que debe cambiar algo: “Todos notan que corro más rápido que el resto, y a veces se aprovechan de eso”, afirma con cierta sorna en su mirada.
Antes de irse, ante el pedido de los alumnos, pregunta el nombre de dos jóvenes; prepara la garganta y suelta la frase que caracteriza a la voz de Cupido: “Maggie y Javier, conózcanse”.
Uno más. Pero no es uno más. Está sentado junto a los alumnos y se lo nota nervioso. Va llegando gente al baile y él observa. Tras la presentación de rigor, con curriculum vitae de por medio, Franco Torchia se para frente a una clase expectante. Su pasado llama la atención, sobre todo a los jóvenes, pero aún así es difícil reconocerlo. Hasta que habló. Esa voz sí se la reconoce.
Franco Torchia tiene 34 años. Comenzó su carrera a los 17 en un programa de cable de la ciudad de La Plata, su lugar de origen. Sin embargo, el salto lo dio al convertirse en productor de Maratón VJ, un programa que emitía la señal de cable Much Music y que según él fue una de sus mejores experiencias en los medios: “Era un programa que tenía identidad, aún cuando no había tantos recursos”, recuerda.
Le cuesta empezar a hablar. Mueve sus manos con nerviosismo, las estira, las aprieta. Intenta relajarse. Su cuerpo dice una cosa, pero su voz dice otra. Es su seguro a todo riesgo. A medida que pasan las palabras y las preguntas de los alumnos, el cuerpo se pone en sintonía con la voz. Ya está equilibrado.
Después de Maratón VJ, se le presentó una oportunidad en otro programa del mismo canal. Se llamaba Cupido y, básicamente, consistía en reunir en el estudio a dos personas –un chico y una chica- para que se conozcan. El problema era que no podían verse. Era una especie de cita a ciegas en vivo y en directo, con un locutor como intermediario. “Al principio entré como productor, pero luego hicieron un casting para la voz y quedé yo”, afirma. Pero rápidamente aclara que, en realidad, era más barato que quede él.
Programa va, programa viene, el ciclo se convirtió en un éxito. El boca en boca lo convirtió en un programa de culto de la televisión argentina. Para los jóvenes, era gracioso; para otros, muy polémico. Las llamadas de los televidentes, que se burlaban de los participantes, acentuaron las críticas. Sin embargo, Torchia defiende al programa y destaca la libertad que tenían para hacerlo: “Nosotros no filtrábamos los llamados telefónicos ni tampoco hacíamos casting. Si venía alguien poco agraciado físicamente no le podía decir que no. ¿Por qué le voy a decir que no?”, pregunta efusivamente. Cuándo se le consulta si hoy en día se arrepiente de algo, agradece esta “oportunidad histórica” para descargarse y decir que lamenta no haberle exigido a los encargados de prensa que muestren cómo se producía el programa realmente. Hoy, más allá de que dejó de emitirse en el 2003, Cupido sigue haciendo furor en las redes sociales y en portales de videos como YouTube.
Fueron tres temporadas y el éxito se sintió: “Tres años seguidos, sin descanso, todo demasiado junto, vertiginoso. No tuve tiempo para pensar”. La adrenalina del vivo lo consumía, pero le gustaba lo que hacía porque le hacía acordar aquellas épocas en que miraba -escondido- a Roberto Galán conduciendo “Yo me quiero casar ¿y Ud.?"
Durante un año y medio fue director de contenidos de Microshow.com, una señal de televisión por Internet. Califica a la experiencia como “muy interesante”. En la actualidad, trabaja en el área multimedia de la revista Ñ, de Clarín: “Es diferente, tiene un mecanismo más sutil. Un espíritu más elegante del mensaje y el lugar”, asegura. Se siente bien, pero sabe que debe cambiar algo: “Todos notan que corro más rápido que el resto, y a veces se aprovechan de eso”, afirma con cierta sorna en su mirada.
Antes de irse, ante el pedido de los alumnos, pregunta el nombre de dos jóvenes; prepara la garganta y suelta la frase que caracteriza a la voz de Cupido: “Maggie y Javier, conózcanse”.
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martes, mayo 25, 2010
El final de Lost
Después de seis años y con un final polémico concluyó una de las series que marcaron la historia de la televisión moderna. Probablemente, desde sus respectivos géneros, historias como la de 24 o Seinfeld puedan ser ubicadas dentro de la misma jerarquía. El rotundo éxito fue mayor en el exterior que en su propio país, más allá de los 13 millones de espectadores que vieron el capítulo final. En las últimas temporadas, la serie creada por J.J. Abrahms –y actualmente orientada por los productores y guionistas Damon Lindelof y Carlton Cuse- había decaído en los niveles de audiencia, pero seguía manteniendo un grado de aceptación importante (sobre todo en Internet, y eso se tiene muy en cuenta). Como decía, el final fue polémico. En la mayoría de los foros y páginas de fanáticos, las aguas estaban divididas. Mientras algunos agradecían lo generado por la serie en estas seis temporadas, otros se mostraban defraudados por la incapacidad –o falta de deseo- de los guionistas por revelar la gran cantidad de misterios que se habían puesto sobre la mesa en estos años. Muchos han definido –creo que correctamente- a la serie como una historia de cuestionamientos más que de soluciones. Lo fue así desde el primer momento y ése fue el factor clave para sumar tantos adeptos. Justamente, la temporada que aportó más respuestas fue la más criticada por los seguidores. El fenómeno Lost ha provocado que millones de personas en el mundo elaboren teorías que respondan a los misterios de la isla, sin contar con el hecho de que la respuesta elegida sería “una sola” –esto es discutible- y diferente a la de todos los demás. No es descabellado pensar que muchos se iban a sentir molestos por esto. En este sentido, se eligió el camino de responder en forma mesurada, porque ésa es justamente la esencia de la historia y, ¿por qué no?, del ser humano. ¿De dónde venimos? ¿Quiénes somos? Preguntas que tienen su origen en el comienzo de la humanidad y que hoy en día no encuentran respuestas concretas. Esto es Lost. Seguramente haya sido la primera ficción que tuvo como protagonista a un lugar: la isla. Correctamente se podría también establecer la línea argumental a partir de un único personaje: Jack. Tal vez no sea el más admirado por los fanáticos, pero es seguro que fue protagonista de los dos planos más importante de la serie: el primero y el último. ¿Es la realidad alternativa un purgatorio? Es una posibilidad. ¿Fue real la isla? Si. Todos mueren eventualmente y cada uno desde su respectivo rol. Pero como en casi toda serie o película estadounidense, es requisito fundamental que haya un final feliz y un héroe a quien aplaudir. Este final los reúne a todos en un tiempo no definido, en un lugar sobrenatural. “No hay un ahora”, decía Christian Shephard, padre de Jack. Todos vivieron su vida hasta cierto punto. Jack muere en la isla, salvándola tal como lo había prometido. Hugo y Benjamin se encargarán de protegerla. ¿Desmond? Es una incógnita. Según Ben, hay maneras de salir de la isla, así que se puede asumir que logró reunirse con su familia. Kate, Sawyer, Lapidus, Miles, Claire y el ahora mortal Richard Alpert, lograron salir y continuar con su vida (sin que sepamos cómo). A primera vista puede ser un final que deja más dudas que certezas y un sabor más agrio que dulce, pero con el tiempo puede asimilarse de una mejor manera. Una de las grandes dualidades que plantea la serie es la de ciencia y fe. Evidentemente es esta última la que predomina. El problema de muchos seguidores es que esperaban un final más racional. El factor razón de esta serie –y en muchos otros ámbitos- no está en la respuesta sino en el planteamiento de la pregunta. La discusión se puede plantear en diferentes niveles de profundidad. Se puede analizar la serie como una historia de personajes que tienen un factor común: una vida sin rumbo y en soledad. La experiencia isleña los obliga a replantearse la dirección de ese rumbo que indefectiblemente parecía desviado. ¿Redención? ¿Paz interior? Jack lo muestra claramente cuando dice que no puede irse de la isla porque siente que algo le falta. Cada uno a su manera ha encontrado respuestas a sus propios planteamientos y creo que ese es el objetivo para los fans: encontrar su propia respuesta, que seguramente será diferente a las de los demás.
martes, mayo 04, 2010
John Katzenbach en la Feria del Libro
“El mundo de los periódicos es como el básquet: se necesitan buenas piernas para saltar. Yo me estaba haciendo viejo y mis piernas ya no daban para más”. Con esas palabras respondió el estadounidense John Katzenbach -autor de los best sellers El psicoanalista y La historia del loco- por qué decidió dejar el periodismo diario para abocarse al mundo de las novelas. El aclamado escritor norteamericano brindó una charla en la 36ª Feria de libro de Buenos Aires con la coordinación de la periodista Patricia Kolesnicov. Luego de firmar ejemplares durante aproximadamente dos horas, Katzenbach acudió a la sala José Hernández para responder las preguntas de Kolesnicov y atreverse, luego, a saciar las dudas de algunos de los tantos jóvenes y adultos que colmaron el lugar. Su voz es pausada y grave y puede llegar a generar cierto escalofrió en aquel que lo escucha (sobre todo si leyó alguno de sus libros). Durante la charla, el autor contó los pormenores que dieron origen a algunas de sus obras y ciertas circunstancias curiosas que le generaron un poco de nerviosismo. El hecho que más le llamó la atención fue que se hayan encontrado ejemplares de su libro “Retrato en sangre” en las casas de algunos asesinos (no sólo leyeron el libro, también lo subrayaron y escribieron comentarios al margen).
Siendo invitado en una de las capitales del psicoanálisis, prácticamente se vio obligado a contar cómo se le ocurrió la idea de su más famoso libro: “Bueno, mi madre es psicoanalista, y un día le pregunté si alguno de sus pacientes le había jurado venganza por haber hecho mal su trabajo”. Su madre le respondió que no, pero que algo similar le había ocurrido a un amigo. John llegó a su casa y una de las primeras cosas que escribió fue: “Feliz cumpleaños, doctor. Bienvenido al primer día de su muerte”
Por otro lado, dio su impresión acerca de las adaptaciones cinematográficas que se hicieron de algunas de sus obras (The mean Season, Just Cause, Hart’War) y sus comentarios no fueron muy favorables: “Es difícil subirse a una limusina e ir a un programa para promocionar la película sabiendo que vas a tener que mentir”. Antes de dar su opinión preguntó si había algún representante de MGM o Warner Brothers en la sala. Luego de escuchar la risa general, sostuvo que el fallo estuvo en la realización del guión, que le daba a la película (se refiere mucho más a Hart’ War) un sentido diferente al del libro. Sin embargo, confiesa que vio ciertas escenas que le hubiera gustado tener en su obra.
Kolesnikov le preguntó acerca de su próximo trabajo, El profesor, que verá la luz en agosto. A pesar de que a Katzenbach no le gusta contar demasiado la trama de sus libros, relató una breve sinopsis que, como mínimo, llama a la curiosidad. También, irónicamente, sostuvo que está pensando seriamente en escribir novelas de vampiros enamorados: “estoy seguro de que va a vender bastante”.
Buscando indagar en su lado más íntimo, se le preguntó cuáles eran sus miedos. En un intento por esquivar el sentido de la pregunta, comenzó a enumerar una serie de libros que le causaron temor durante su infancia. Ante la insistencia de la periodista argentina, el escritor afirmó que le dan miedo aquellas cosas que él no puede controlar y que afectan a sus seres amados.
Por último, un joven del público le preguntó qué pensaba de todo el revuelo que generó su llegada (dos horas de firmas y mil personas escuchándolo y siguiéndolo por toda la feria). Con humor, dijo que seguramente sus amigos no le van a creer y que en la próxima Copa del mundo, cuando su “mediocre” selección pierda en primera ronda, ya sabrá a qué equipo alentar.
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domingo, abril 11, 2010
Autobiografía para la facultad
En la vida, como en el cine, hay ciertos momentos que determinan la columna vertebral de la historia. A pesar de que es difícil encontrar muchas de estas circunstancias dentro de mis 23 años de vida, ciertos hechos que pueden carecer de valor para otras personas, resultaron fundamentales para la toma de mis decisiones.
Vivo en el barrio de Banfield desde que nací, pero no me considero el tipo de persona que siente una identificación con su lugar de origen. Lo veo más como el hábitat que eligió azarosamente el destino para mí. Las primeras imágenes del recuerdo se remontan al jardín de infantes del Colegio Alemán de Temperley. En esta institución hice el primario, el secundario y formé mi principal grupo de amigos.
Desde pequeño que quiero ser periodista. Creo fundamental que una persona desarrolle su vocación antes de elegir una profesión. Esto se nota en aquellos que intentan hacer algo sin saber cómo. Simplemente improvisan. Descubren ciertos detalles que nadie les puede transmitir. Recuerdo que mi padre traía el diario todas las noches y yo, antes de saludarlo, se lo pedía. Armaba cuadernos con recortes de noticias y le escribía comentarios personales al margen. Y muchas de estas actividades ni siquiera las recuerdo, sólo me baso en los comentarios de muchos familiares y conocidos que me veían de chico escondido detrás de un periódico, aún cuando no sabía leer.
Durante la adolescencia dejé de hacer muchas de esas cosas que en un primer momento me apasionaban. Me encontraba en una nebulosa. Leía y escribía mucho menos. Las películas tomaron un papel mucho más preponderante dentro de mis actividades diarias y esto influyó mucho a la hora de elegir una carrera. La idea del periodismo desapareció en forma repentina y me enfoqué en una de mis pasiones, el cine. No me considero un cinéfilo, pero sí un espectador constante. Suelo ir a las salas sin compañía, pero no por ser solitario, sino porque es parte de mi ritual. Comencé la carrera de Diseño de Imagen y Sonido en la Universidad de Buenos Aires y al principio me costó demasiado. No contaba con una formación artística y tuve que crecer dentro de un mundo completamente desconocido. Con el paso del tiempo me fui acostumbrando y la carrera se volvía cada vez más interesante. Pero había un fantasma que me perseguía desde el primer día: la falta de vocación. A diferencia de muchos compañeros, no emprendía ningún tipo de proyecto. Mi casa y la facultad eran dos mundos opuestos y esto conspiraba contra mis ganas y mi desempeño. A mediados del 2007 decidí dejar Imagen y Sonido –sólo completé ese segundo semestre una materia anual- y me tomé el resto del año para hacer algún que otro curso y, sobre todo, para pensar. Poco a poco, el cosquilleo del periodismo fue resurgiendo a pasos suaves. Incursioné en el mundo del blog y me propuse actualizarlo todas las semanas. Con la constancia y la dedicación fui descubriendo una vieja faceta que se mantenía escondida. Pude trabajar en algunos medios digitales y siento que tengo la capacidad para hacerlo. No me considero un sapo de otro pozo, como sí me sentía mientras estudiaba la otra carrera. Si alguien me pregunta qué quiero hacer de acá a diez años, le diría que quiero trabajar en un medio gráfico, pero soy consciente de que cada segundo implica una determinada decisión y, por ende, un camino distinto.
miércoles, marzo 10, 2010
The Secret in their eyes
Se sabe que el día después de la entrega de los premios Oscar se habla más de las injusticias que de los aciertos (en realidad el tema central suele ser la moda, pero ese es otro punto). A pesar de que en los días previos a la entrega muchos sitios colocaban al Secreto de sus ojos entre las favoritas, la gran mayoria de los criticos ponían enfasis en los méritos de films como La cinta blanca y el profeta. Incluso algunos veian este premio como el momento justo para reconocer la trayectoria de Michael Haneke, director de la película germana. Pero se sabe que los Oscars son especiales, no sólo por la repercusión que generan, sino también por el hecho de querer alejarse de cualquier tipo de sugerencia. En una entrada que escribí meses atrás, sostuve que era muy dificil que esta película se lleve el Oscar. Evidentemente me equivoqué, por el simple hecho de no conocer en profundidad al tipo de votante. Uno de los requisitos fundamentales para poder votar en esta categoria es haber visto todas las películas que la integran. Al no ser films tan populares, está claro que la mayoría de los miembros de la academia no iban a tener tiempo (o interés) para verlas todas, salvo un pequeño grupo de personas de edad avanzada y de carácter mucho más conservador y tradicional. The White Ribbon es una película muy interesante, pero lenta y poco tradicional. El profeta asombra por su crudeza, una característica que la convierte en una película fría, gris y fuerte. La violencia que se exhibe en el film francés era un condimento que lo alejaba de las grandes chances de victoria. Todavía no pude ver La teta asustada ni Ajami.
Por su parte, el Secreto de sus ojos es un muy buen film, desde el comienzo hasta el final. Tiene algunos detalles que hacen un poco de ruido, pero que no sobresalen ni afectan demasiado la percepción del espectador. Ya di mi parecer en el post que les comentaba anteriormente.
Me llamó la atención la entrada de un sitio estadounidense que planteaba una conspiración de los miembros de la academia. ¿El objetivo? Elegir películas extranjeras mediocres que no sean competencia para las estadounidenses. Me suena un poco rebuscado y absurdo, pero me asombró que la idea se multiplicara en varios sitios, cuyos autores no podían creer que “tanques artísticos” como La cinta blanca (ganadora de la Palma de Oro en Cannes y del Globo de oro) y El Profeta (ganó en los premios BAFTA, entre otros galardones europeos) no se llevaran la estatuilla dorada.
Es dificil hablar de merecimientos. Cada película que integra la nómina es completamente diferente. Yo diría que es imposible compararlas. Hablan de cosas distintas y creo que la elección pasa por el gusto y no por la calidad. Las películas europeas nominadas tratan pocos temas, pero lo hacen con profundidad y con el valor agregado de contar con excelentes actuaciones. El secreto.. abarca un poco de todo y lo hace de la manera más natural posible, siendo esto también un valor para destacar.
El cine argentino demostró que puede hacer películas interesantes y entretenidas. A veces se piensa más en los festivales que en nuevas ideas para atraer al público. Queda claro que los espectadores de nuestro país no eligen solamente peliculas argentinas banales.
Pd: Genial que Quentin haya entregado el premio
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miércoles, marzo 03, 2010
Las escenas de la vida
Las escenas de la propia vida. El paso de la triste comedia al drama hundido en las profundidades del ser. Se abre el telón y surgen los personajes principales. Los aplausos crean un ambiente ensordecedor, escuchado por todos, menos por el centro de atención. La obra comienza y la hipnosis del acto los lleva de un lugar a otro. Las miradas atentas, los diálogos precisos, miles de pensamientos obnubilados por los avatares de la nueva realidad. Risas en masa, carcajadas solitarias, pequeños movimientos y sonidos aislados e impercetibles. Las luces persiguen a los protagonistas e ignoran desinteresadamente a la mayoría. Sorpresas, gritos, susurros: todo es posible en aquel mágico mundo. La ansiedad comienza a tomar posesión de los cuerpos, las luces se desvanecen y las palabras buscan desesperadamente hacer pesar su liviandad. El comienzo del fin para algunos. Para otros, volver a encontrar el propio reflejo escondido momentáneamente. Los murmullos toman valor y desencadenan un efecto dominó. Las luces buscan nuevos protagonistas. Los aplausos, el perfecto final de aquello que fué, pero que no es. Pasos hacia atrás, desciende lentamente el telón. Su movimiento evita el mantenimiento de un contacto visual, que a pesar de su fuerza sobrenatural, cede ante la verdadera realidad. Sólo se escuchan sonidos. Movimientos. Conversaciones. El sueño ya terminó, cada cual a su verdad. La mia, la tuya, la de aquel.
sábado, febrero 27, 2010
La normalidad de lo anormal
Transitar por calles y avenidas argentinas puede convertirse en una odisea. En aquellos países en los que el derecho al reclamo es ejercido correctamente, el respeto por el prójimo siempre tiene carácter de prioridad. Tanto es así que las protestas se realizan con total tranquilidad y sin obstaculizar el paso de automóviles y/o peatones.
Uno se pregunta qué grado de consideración puede tener una persona con aquel que reclama, si éste se presenta con la cara cubierta y con palos encadenados que denotan violencia. Lo preocupante de esta situación no es el reclamo de estas personas ni tampoco el tiempo – y la paciencia- que pierden aquellos que se ven demorados por este impedimento. Lo que realmente preocupa es el grado de normalidad que adquiere un hecho como éste (como tantos otros en este país) y el poder que van acumulando estas personas. Un poder cuyo crecimiento es inversamente proporcional a la pérdida de autoridad de aquellos que deben mantener un estado de orden.
¿Qué pasa si una persona necesita llegar a un lugar de forma urgente y se encuentra con este tipo de impedimentos? Se puede perder un trabajo, se puede perder una oportunidad, se puede perder una vida. Vivimos en un país en el que todo tiene que venir de arriba. Nuestra clase política es un triste reflejo de la sociedad. ¿Por qué pedir dinero si se puede pedir trabajo? ¿Acaso somos lo suficientemente superiores como para no aceptar un empleo de baja alcurnia? Será que no somos una sociedad sufrida y que el éxito momentáneo nos malacostumbró para toda la vida. A veces necesitamos un golpe bien fuerte para darnos cuenta de lo que valen las cosas.
domingo, enero 24, 2010
Conversaciones con uno mismo
-Quiero escribir algo
-¿Y qué esperás?
-No se que escribir
-No me vengas con eso de la mente en blanco…
-Es una realidad, estoy falto de inspiración…
-Tomá una mínima idea y desarrollala… no subestimes los temas simples.
-Es una especie de presión interna que puja y puja, cerrándole la puerta a las palabras.
- Mirá una película, lee un libro, caminá. Tenés que ejercitar los pensamientos. No surgen de la nada.
-Veo películas, leo libros y camino bastante… no creo que ese sea el problema.
-¿Alguna idea de cuál puede ser el problema?
-Tengo algunas en mente…
-¡Ajá! Tu mente no está en blanco, está ocupada.
-Puede ser, no se… me puse a pensar en el tiempo.
- ¿Qué problema hay con el tiempo?
- Es irritante, pero lo hace sin querer.
- ¿Por?
- Lo imagino como una larga carrera. Nos la pasamos corriendo, sin parar. Aun cuando paramos nuestra mente sigue corriendo. Y cuando realmente dejamos de correr, no nos damos cuenta.
-Bueno, el hecho de que le estés dando personalidad al tiempo ya es un problema de base. No le des tanta importancia, tenelo como aliado, no como enemigo.
-¿Vos cómo te inspirás?
- Antes que nada, no pienso en cómo inspirarme. No hay que buscar lo extraordinario, hay que actuar naturalmente. La espontaneidad es un valor a tener en cuenta. Tomá la primera palabra que te surja y empezá a tejer alrededor.
-Es difícil cuando uno complota contra si mismo.
-Generalmente eso sucede cuando una parte de nosotros tiene algo que decir y no la dejamos. Entonces, en represalia, nos hace un piquete mental.
-Me gusta eso del piquete mental.
-No trates de abarcar todo y esperar que los sueños te den una idea. Hacé un filtro, selecciona y dale el cien por ciento de apoyo a esa elección.
-Me asusta un poco eso del cien por ciento.
-¿Por qué?
-Por temor a no obtener resultados. Si das todo, ¿qué queda después?
-No te preocupes, a diferencia del banco central, el ser humano tiene buenas reservas. A veces están escondidas, no las encontramos simplemente. Pero en los momentos difíciles aparecen.
-Bueno, a veces me pasa eso de rendir mejor cuando estoy en apuros.
- Claro, estás apretando contra la pared al piquetero mental. Alguien tiene que ceder en algún momento.
-Así es…
-¿Un poco mejor?
-Un poco
-Cualquier cosa me llamás, me voy a dormir la siesta.
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