Su rostro no le pertenecía. El reflejo era la peor de las sensaciones. Prefería cubrir aquello que le hacía daño. Sus ojos cerrados, el mejor de los paisajes. Sus manos, el mejor de los escudos. Encerrado en su lugar, viviendo de la mejor manera posible. Las viejas celosías se mantenían cerradas luchando contra los rayos de sol que insistían hasta el atardecer, momento en el cual, cedían ante la inminente llegada de la noche. La máscara, cómo le decían en el pueblo, se dedicaba a pintar. Es increíble como el poder de los recuerdos, puede iluminar a una persona e inspirarla a pintar el más cálido de los paisajes. Sus ojos solo veían oscuridad. Sus manos dañadas temblaban hasta apoyar el pincel fino y en ese momento todo era calma, el tiempo se detenía, cediéndole a la Mascara la oportunidad de reflejar con los pensamientos. Las leyendas son muchas, la Máscara era una sola. La Máscara observaba mientras las velas se derretían, mientras la cera caía y la flama se multiplicaba en sus ojos. La mirada era atónita, como si esta y el fuego fueran una misma forma.
Una casa antigua, cada paso que daba la Mascara era un trueno que se escondía por el miedo a la noche. El Sonido se reproducía varias veces por si solo. Generalmente era su única compañía.
continuará....
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