-Trabajamos
para nuestro país obteniendo información. Información que ellos no conseguirían
de otro modo.
-¿Son
espías?
-Servimos
a nuestro país. Pero también servimos a la causa de la paz en el mundo.
Las
cosas que escuchás de la Unión Soviética no son verdad.
Me parece un poco injusto que se hable tanto de algunas series que, a
mi entender, no lo merecen, y se sepa muy poco de otras que son una
pequeña obra de arte, hipercomplejas, pero sumamente entretenidas. Sé que el
mundillo del cine y las series conoce The
Americans, pero si le preguntás a cualquier persona que no está en el tema,
es probable que asocie el nombre a alguna banda indie estadounidense o a
cualquier otra cosa, menos a una ficción. ¿Es la mejor? Probablemente no. ¿Está
entre las mejores de la última década? Sí, y tenés que verla.
¿De qué va The Americans? La serie transcurre en la década del ‘80,
durante el gobierno republicano de Ronald Reagan, en plena etapa de tensión de
la Guerra Fría. Narra la historia de Philip y Elizabeth Jennings, dos espías
soviéticos de la KGB que se hacen pasar por una pareja norteamericana que
construye toda una vida normal y familiar en Estados Unidos mientras lleva adelante
operaciones encubiertas para filtrar información a su gobierno. Una
representación teatral del sueño americano, repleta de pelucas, maquillaje,
bigotes falsos y múltiples personalidades, a cargo de espías soviéticos.
La serie funciona en varios niveles y nos hace plantear a los
espectadores las mismas dudas que tienen los protagonistas. A lo largo de las
primeras tres temporadas (ya se confirmó la cuarta) vemos, desde la mirada de
Philip y Elizabeth, cómo evoluciona la relación de la pareja con su entorno. Y a
medida que la serie avanza, nos muestra cómo ese entorno cambia la perspectiva
de estos dos personajes. El estereotipo del soviético frío se rompe en mil
pedazos a la hora de mostrar las aristas más sensibles de la relación que llevan
adelante los protagonistas entre sí, con sus hijos estadounidenses y con un
pasado abandonado en su país. La frialdad, en este caso, pasa por otro lado: a
la hora de trabajar son infalibles.
Sus dos hijos no tienen idea de lo que pasa, pero a Paige, la mayor,
muchas cosas no le cierran. ¿Por qué no conoce a otros familiares? ¿Por qué sus
padres trabajan tanto de noche e inventan alguna excusa para irse cada vez que
suena el teléfono? La tercera temporada hace foco en este conflicto y en una
polémica orden de la central soviética a sus dos activos más importantes en
territorio enemigo.
A su vez, la relación con el vecino de la familia, que casualmente es
agente del FBI e investiga los casos de infiltración soviética en Estados
Unidos, es cada vez más cercana. El gran Noah Emmerich, a quien seguro
recuerdan como el amigo de Jim Carrey en The Truman Show, retrata a un
personaje perspicaz pero conflictuado por un pasado tormentoso y un presente
solitario. Aun así, representa la mayor amenaza para la pareja protagonista.
¿El enemigo está en casa? En este caso no, pero vive al lado.
El conflicto interno de los personajes cumple un rol fundamental, que
todavía no se traduce en cambios radicales de acción, pero sí en discusiones acerca
de lo que pasa cuando conocemos de cerca a nuestro enemigo y, sin querer,
llegamos a comprenderlo. Philip se siente mucho más americano que Elizabeth.
Disfruta de las comodidades que ofrece la vida estadounidense, sufre esa
contradicción, pero todavía no afecta su determinación a la hora de llevar a
cabo las operaciones. Para Elizabeth lo material no es relevante y solo se usa
como fachada para tapar las atrocidades del sistema. Sin embargo, cada vez
sufre más los efectos colaterales que trae implícito el trabajo. Estos
sentimientos que acechan a los personajes rondan como fantasmas a lo largo de
toda la serie y nos plantean como duda si, al final de la historia, quienes
terminen con toda esta farsa serán las autoridades americanas o ellos
mismos.
El héroe televisivo cambió. Ya no es aquel que lucha por el bien común.
En todo caso, el nuevo héroe lucha por su bien, por sus ideales o simplemente
por sus propios intereses, más allá de que uno pueda estar o no de acuerdo.
Pero así como el héroe cambió, nosotros también modificamos nuestra forma de
idealizarlo. El carisma del nuevo héroe televisivo provoca que nos dé placer
que triunfe un traficante de drogas, un médico adicto a los calmantes o un
abogado sin escrúpulos.
En el caso de The Americans, el espectador argentino, como habitante de
un país medianamente imparcial (a pesar de que uno pueda estar más de acuerdo
con una de las dos posturas ideológicas), no sufre demasiado ni siente una
contradicción al adherirse a la lucha de estos dos espías soviéticos que, sabemos
por las circunstancias históricas, no tienen mucho futuro. Nuestra simpatía pasa
más desapercibida. ¿Pero qué piensa un estadounidense? ¿Puede ponerse en el
lugar de esta pareja de espías soviéticos y apoyarlos en su causa? ¿Puede estar
en contra del nuevo héroe o quiere que triunfen en sus pequeñas batallas
sabiendo que al fin y al cabo la guerra está perdida?
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