Dicen que lo que vale de una obra no es la intención del
artista, sino la interpretación del espectador. Siento que algo me gusta cuando
me dan ganas de comentar el impacto que tiene sobre mi sistema de pensamientos.
Cuando me preguntan qué tema trata una película, una serie o un libro, siempre
puedo hacer referencia a una temática claramente reconocible, pero muchas veces
internamente me surgen cuestiones que puedo o no compartir con otros, pero que
no necesariamente fueron planificadas por el autor.
¿Por qué creo que ocurre esto? Porque una obra que es
realizada a partir de un conjunto de pensamientos y sentimientos, termina
tocando diferentes notas en distintos instrumentos, termina tocando múltiples fibras
en cada receptor. Y finalmente cada uno elabora la música que más le gusta o la
que surge más espontáneamente, según nuestro sistema de valores, recuerdos y
pensamientos.
Por eso cuando pienso en Mad Men, tal vez lo primero que se
me viene a la cabeza no es una imagen de Estados Unidos en los ‘60 o el mundo
de la publicidad en plena ebullición, sino ciertos detalles que hacen a la
esencia de sus personajes. A sus miedos y sus silencios. Mad Men es una serie introspectiva,
de miradas fijas hacia adelante, pero también hacia adentro. Refleja esos
momentos en los que nos están diciendo algo y nosotros estamos pensando en otra
cosa, con la mirada perdida, simulando que escuchamos.
Los personajes de Mad Men, con Don Draper a la cabeza,
deambulan en un oasis que día a día se va tapando con arena, que es aquello que
domina cotidianamente la realidad. Y la creatividad -en cualquier ámbito- surge
a veces en esos oasis, cuando la mente encuentra la claridad en una ubicación
enajenada de cierto ruido cotidiano.
Don Draper nos lleva, en un contexto vertiginoso de
superficialidad, al rincón más puro de nuestro pasado, al origen de nuestros
miedos e intereses más genuinos. Nos retrotrae a los recuerdos más inocentes,
libres de toda responsabilidad y segundas intenciones. A un mundo que sienta
las bases de lo que seremos, que pretendemos dejar atrás, pero que en el fondo
nunca queremos abandonar completamente.
Esos hombres y mujeres que inician su carrera en una pequeña
agencia de publicidad para luego evolucionar profesional y humanamente, por
diferentes circunstancias, hacia el salvaje mundo de la competitividad y el
ascenso social, saben que de cierta manera no son parte de ese mundo que
quieren alcanzar. Y en cada capítulo que pasa se incentiva esa búsqueda de los
deseos genuinos en contraposición con los objetivos socialmente aceptados.
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