La Patota, última película de Santiago Mitre, no le dice al
espectador lo que tiene que pensar, pero sí pone sobre la mesa las diferentes
miradas que hay sobre el tema que trata y las complejidades que circulan alrededor
del conflicto. Porque no todo es de una manera u otra porque sí. Las
circunstancias de un hecho tienen un peso específico propio y muchas veces
chocan con los pensamientos y sentimientos personales.
Paulina (Dolores Fonzi) es una joven estudiante de un
Doctorado en derecho que decide volver a Misiones, su provincia natal, para ser
parte de un programa educativo en una escuela rural. Toma la decisión a pesar
de la oposición de su padre (Oscár Martínez), un juez reconocido que no
entiende cómo su hija decide abandonar su prolífica carrera para ir a dar
clases a un pueblo pobre y olvidado en las afueras de Posadas. Paulina
argumenta desde su posición de militante y desde su idea de que las cosas se
hacen con el cuerpo entero y no con el dedo a la distancia.
Desde el primer día la protagonista debe lidiar con la falta
de interés de sus alumnos, pero sabe que su determinación debería ser más
fuerte que cualquier inconveniente que se le plante enfrente. Aun cuando ese
inconveniente sea una violación a manos de una patota integrada por algunos de
sus alumnos.
Ese hecho plantea la discusión principal de la película. Los
autores (Mariano Llinás y Santiago Mitre), a partir de la contraposición ideológica
de los personajes, buscan descomponer el concepto de justicia para que sea
tratado tanto desde una mirada legal, como desde un punto de vista ético. El concepto cinematográfico de punto de vista
juega en este caso una partida doble: no solo vemos la mirada ideológica de
cada personaje, sino también sus acciones desde el aspecto narrativo del filme.
Pero más allá de las miradas, la protagonista de esta
película es Paulina y así parece dejarlo en claro la autodeterminación del
personaje, que choca contra la opinión que todos tienen sobre lo que le ocurrió
a ella. Paulina parece decirles que ella es la que decide qué hacer con su
cuerpo, con sus decisiones, y con las consecuencias de meterse en el barro de
un sistema sucio. Y ahí la película hace otras preguntas: ¿hasta qué punto la
autodeterminación debe ser aceptada? ¿Puede la autodeterminación, en ocasiones,
ser un acto egoísta y soberbio?
El mundo de La Patota parece dividido por la frialdad de la víctima
y la impotencia de los que la rodean. Pero incluso la determinación -¿ceguera?-
del personaje de Paulina se ve desafiada por sus propias miradas y sensaciones,
aunque no tanto por sus palabras y decisiones. Y las decisiones de aquellos que
la rodean, que en apariencia suenan más lógicas, también están condicionadas
por un factor emocional inevitable en ese tipo de circunstancias.
La película es provocativa e incómoda. Inmediatamente pone
al espectador en un estado de alerta, dispuesto a indagar en su propio sistema
de ideales para luego discutir con otros si se acepta o no el discurso de los
personajes. Pero lo que es seguro es que no genera indiferencia. Esto se
comprueba solo con verla en el cine y sentir la reacción de algunas personas
después de la función.
Las actuaciones de Dolores Fonzi y Oscár Martínez están a la
altura de la complejidad ideológica y temática de la película. Tal vez el único
problema que pueda tener la película sea lo explícito del discurso de sus protagonistas, mostrando demasiado en algunas escenas -sobre todo en el caso de Paulina- el estereotipo del militante
de la causa justa (¿justa para quién?). Esto no quiere decir que no exista este
tipo de persona, solo que a veces, a través del discurso, la película lo vuelve
excesivamente obvio. Más allá de eso, la
sobriedad de la actuación, a través de ciertas miradas y pequeñas acciones,
vuelve verosímil una historia cruda y arriesgada que sin un buen acompañamiento
actoral tenía todas las de perder.
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