sábado, mayo 10, 2008
Leer para escribir
El otro día se generó un interesante debate en clase a partir de la lectura de un libro muy recomendable – para todo aquel que le guste leer y escribir – que se titula “La loca de la casa”. El libro lo escribió Rosa Montero, una española bastante simpática que cuenta varias experiencias de su vida (veraces o no, no se sabe) y otras historias llamativas de algunos escritores famosos. La pregunta final, a partir de la cual se desarrolló la mayor discusión – a pesar de que hubo bastantes opiniones similares – era qué tiene que resignar un escritor (o cualquier persona) en el supuesto caso de que lo obligaran a optar entre la lectura y la escritura. Personalmente me encantan las dos cosas y a pesar de que prefiero escribir, mi inspiración se vería reducida si no cuento con material de lectura. ¿En qué se puede basar uno al escribir si no lee nada? ¿Cómo mejoraríamos nuestra capacidad de escritura sin poder apreciar a aquellos grandes escritores que nos proporcionan las herramientas necesarias para poder darle forma y contenido a un texto?
Es cierto, una compañera decía que no imaginaba un mundo en el cual no pueda escribir día a día alguna frase tan sencilla y a la vez tan compleja como: “hoy estoy feliz” u “hoy estoy triste”. La descarga que puede generar la escritura es alucinante. Uno siente que las palabras van bajando desde nuestra mente hasta nuestros dedos, son totalmente visibles y al terminar podemos llegar a sentir que acabamos de apoyar sobre el piso un piano que cargamos en nuestra angosta espalda durante cuatro cuadras. Y no solo pasa por el sentido que uno le de a sus escritos – que es una manera única de descubrirse a uno mismo – sino también por el sentido que le dan al texto los lectores. Y este es el punto que quiero recalcar. Otro compañero levantó la voz en medio del murmullo general y reflexionó: "¿De que vale escribir si uno mismo no puede leer lo que escribe?"
Y si, caigo en el egocentrismo del escritor: ¿De qué vale escribir si nadie lee lo que escribo?
Me imagino solo en una isla, escribiendo por todas partes, en árboles, hojas, hasta en la arena (¿S.O.S quizás?). Podría imaginarme así unos pocos días. Como dije en otro momento, muchas veces la propia conciencia – o nuestras propias palabras – puede llegar a ser abrumadora. La interpretación que le da otra persona a nuestro texto es, también, una forma de descarga. Tendríamos demasiada presión en nuestra mente si conviviéramos todo el día con nosotros mismos. El lector de nuestros palabras puede llegar a ser una buena compañía, una forma de relajación y va más allá de una crítica positiva o negativa (si es negativa ¡hay tabla!).
En fin, igualmente, si pudiera elegir libremente mantendría las dos opciones. Pero bueno, por suerte vivimos en una sociedad – por ahora – que respeta (salvo excepciones) el valor de la lectura y la escritura. Una es nuestra fuente y la otra, la representación de nuestros pensamientos. Me gustaría cerrar con una frase de Rosa Montero: “Dejar de escribir puede ser la locura, el caos, el sufrimiento; pero dejar de leer es la muerte instantánea. Un mundo sin libros es un mundo sin atmósfera, como Marte. Un lugar imposible, inhabitable.”
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1 comentario:
Un mundo sin escritura es un mundo abstracto, inconcluso. De palabras fugaces, historias olvidadas y pensamientos desfigurados. Leer implica una reflexión permanente, colectiva, atemporal, hasta repetitiva -porque, ¿quién no ha leído una y otra vez frases que le han llegado al alma?
Escribir, en mi caso -y creo compartir ese rasgo con muchos otros- es ordenar los impulsos del pensamiento, constituir las ambigüedades de la vida en algo más o menos congruente y homogéneo llamado texto.
Quien no lee, vive en su lógica, y por ello enloquece de angustia. Quien escribe, se compromete en una lucha desigual por enteder un mundo incomprendido. Jamás fracasará, pues no se trata de vencer, sino de conocer un poco más aquello inalcanzable que llamamos Verdad.
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