“Me interesan este tipo de
historias de monstruos. Si averiguo que alguien está loco, es un maníaco o un asesino
serial, siempre pienso que esa persona empezó en alguna parte. Empezó siendo
una persona, con esperanzas y sueños”. La frase pertenece a Andrew Jarecki,
realizador de la excelente serie documental The
Jinx - The Life and Deaths of Robert Durst que produjo la cadena HBO. El
director le transmitió esa reflexión a un periodista durante el estreno de la
película All good things, que también
dirigió, y que está inspirada en la historia de Robert Durst, hijo de un
magnate de bienes raíces neoyorkino, que se convirtió en el principal
sospechoso de la desaparición de su esposa en 1982.
Tiempo después de estrenarse el
filme, Durst se contactó con Jarecki para comentarle que le había gustado mucho
la película y que tenía ganas de ser entrevistado. Sin dudarlo, Jarecki aceptó
la propuesta y comenzó a preproducir lo que hoy en día es la serie documental más
comentada del momento, no solo por su valor cinematográfico, sino también por
su impacto en la vida real de los protagonistas.
Jarecki ya contaba con
experiencia en el género documental. En 2003 filmó Capturing the Friedmans, un retrato de una familia estadounidense
de clase media cuyo padre e hijo eran sospechosos de abusar menores. La
película fue muy bien recibida y ganó el Gran Premio del Jurado en Sundance,
además de ser nominada al Oscar allá por 2003. Si hay algo que caracteriza a
Jarecki es su capacidad para entablar un vínculo muy cercano con los
protagonistas. Sucedió con Arnold Friedmann y también en este caso con Robert
Durst. Seguramente, esa cercanía le permite al realizador exprimir al máximo
cada entrevista, tanto con los protagonistas, como con el resto de las personas
que componen el relato. No solo es un meticuloso narrador de historias, sino
también un entrevistador incisivo, pero sutil.
The Jinx está compuesta por seis episodios que reflejan los
momentos más importantes en la vida de Robert Durst, un hombre que cobró
protagonismo no solo por la desaparición de su mujer, sino también por ser
sospechoso de la muerte de su amiga y portavoz Susan Berman en el 2000, y por
haber asesinado y descuartizado a un vecino un año después en Galveston, Texas.
A pesar de que es necesario ver la serie para conocer el detalle de cada caso, la
lógica indica que una persona con semejantes antecedentes debería haber estado
presa. No fue así, y si ven la serie entenderán por qué.
La infancia de Durst estuvo marcada
por el suicidio de su madre y por la relación distante con su padre, lo que
provocó posteriormente que éste lo elija a Douglas Durst, el hermano menor,
como el sucesor en el trono del imperio inmobiliario. En esta parte del relato
se explica la primera frase de esta nota. A Jarecki no solo le interesa contar
el lado oscuro de un criminal, sino también su historia y los diferentes
sucesos que lo llevaron a convertirse en un monstruo. Uno podría pensar que esta
intención de Jarecki roza la búsqueda de justificación, pero no es el caso. Con
la frialdad de un cirujano, el director hace un retrato profundo y complejo que
escapa de la mera caricatura de un criminal.
La serie hace hincapié en los
tres casos que lo llevaron a Durst a la tapa de los diarios más importantes de
Estados Unidos. Primero se revela la conflictiva y violenta relación con su
esposa, que derivaría en su desaparición; luego se explica el vínculo con Susan
Berman, hija de un mafioso, que se convierte en su confidente y posteriormente
en su víctima; y por último se le dedica un espacio importante al insólito
juicio al que fue sometido tras dispararle a un vecino, desmembrarlo y tirar
sus partes al río.
El documental tiene como eje la
entrevista a Durst, y a su vez combina de manera armoniosa material de archivo
(programas de televisión, diarios, audios, cámaras de seguridad); entrevistas a
personas allegadas, a investigadores y abogados a cargo de los diferentes
casos, y a familiares y amigos de las víctimas; representaciones de algunas
situaciones relevantes, como los crímenes; e imágenes del detrás de escena de
la filmación, en donde se ve a Jarecki y sus colaboradores diagramando cada
paso a seguir. El uso de la música y la edición le dan a la serie un ritmo
vertiginoso y dinámico, pero también provocan la intensidad y la tensión
suficiente como para generar un clima dramático, denso y cuasi terrorífico
sobre el final.
Da la sensación que luego de seis
capítulos, uno logra descifrar al menos una parte de la macabra personalidad de
Robert Durst. Una personalidad que se ve reflejada en sus gestos al decir una
mentira -como tocarse la cara, rascarse el pelo, toser o mover los ojos- y en sus extrañas reacciones ante ciertas
preguntas. A lo largo de la entrevista que le realiza Jarecki y también al ver
sus testimonios a lo largo de los años (siempre ante autoridades, nunca a
periodistas) pareciera que Durst estuviera jugando todo el tiempo, como si quisiera que lo descubran, como si
prefiriera dejar pistas, migajas de pan que deben ser recogidas para que en su
conjunto puedan darle algún tipo de sentido a esta historia. Es como si fuera al
mismo tiempo un criminal y un niño que practica un juego macabro y que sabe que
no puede ser incriminado.
Durst camina durante 30 años a lo
largo de una fina línea que separa a la obviedad de la sutileza. Esa capacidad de equilibrio se la da su
inteligencia, pero también su rol de miembro de una sociedad en la que la justicia
muchas veces está sometida al poder económico.
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