jueves, septiembre 03, 2015

It Follows, de David Robert Mitchell


El fallecimiento de Wes Craven, realizador de películas como A Nightmare on Elm Street, Scream y The Serpent and the Rainbow, entre tantos otros films que lo erigieron como uno de los máximos exponentes del cine de terror, nos obliga a mirar hacia atrás con resignación, para darnos cuenta de que se hace difícil encontrar en los últimos años películas que sobresalgan de la media dentro del género. Parece ser que el objetivo es repetir una fórmula, tanto temática como estética, que asegure un piso de éxito. Esa repetición de estilo vuelve predecible a un género que, justamente, siempre se destacó por sorprender.

Sin embargo, hay excepciones, pequeñas joyitas que aparecen cada tanto para darle frescura a un tipo de cine que necesita un lavado de cara. Tal es el caso de It Follows (Te sigue), película del joven realizador David Robert Mitchell, que tras postergarse en repetidas oportunidades su estreno comercial, finalmente llegó a las salas porteñas esta semana. La película tuvo su premiere internacional en el Festival de Cannes (con muy buenas críticas) y ya se pudo ver en la Argentina durante el BAFICI y el Festival de Mar del Plata.

It Follows narra la historia de Jay, una chica de 18 años que tras mantener relaciones sexuales con su novio comienza a ser perseguida por una fuerza sobrenatural que amenaza su vida y la de sus amigos. El director apela a la búsqueda de tensión constante con un adecuado –e hipnótico– uso de la música y sin recurrir a típicos y predecibles trucos de montaje. La fotografía también se destaca, no solo por la belleza, sino también por la funcionalidad de los planos. Todos los recursos del cine están a merced de la película, algo que no siempre se debe dar por sobreentendido.   

El abordaje de la adolescencia ya fue tratado por Mitchell en su ópera prima The Myth of the American Sleepover. En este caso, el director vuelve a centrar su mirada en los jóvenes, pero en un marco complejo como el del cine de terror, que pocas veces permite combinar adecuadamente la profundidad narrativa de la historia y la aplicación eficaz de los recursos cinematográficos para generar sorpresa y tensión en el espectador. Mitchell lo hace simple y bien, sin grandilocuencia.

Cuanto menos presupuesto tiene una película, más libertad creativa tendrá su director, porque el impacto negativo de un eventual fracaso comercial siempre será menor en comparación con una película mucho más cara. Esto lo contó en una charla con el programa On The Rocks el director argentino Andy Muschietti, que dirigió la cinta de terror Mamá y que llevará al cine la adaptación de It, libro de Stephen King. Seguramente Mitchell haya tenido un mayor margen de maniobra a la hora de realizar la película, que contó con un escaso presupuesto de solo 2 millones de dólares (y recaudó, solo en Estado Unidos, más de 17). Posiblemente sea esa, además del talento del director, una de las causas de su frescura y originalidad.

sábado, agosto 22, 2015

El Clan: terror y locura en San Isidro

Pablo Trapero no es el mismo que hizo Mundo grúa a fines de los ‘90. Su carrera como director fue inclinándose, de forma paulatina, hacia las producciones de corte industrial y de género. El talento fue acompañado, en sus últimas películas, por un mayor presupuesto –en producción y difusión– y por la participación de figuras convocantes del cine nacional, como Ricardo Darín y Guillermo Francella, que aseguran una base alta de espectadores.  Pero más allá de esta transformación del director, hay algo de su esencia que se mantiene, y que tiene que ver con el interés por los personajes, incluso más que por las historias. 

Arquímedes Puccio formaba parte de la “mano de obra desocupada” que había dejado la dictadura militar. Era el líder de un grupo de secuestradores que operó entre 1982 y los primeros años de una democracia ya instalada, pero todavía débil. Junto a sus hijos varones (Alejandro y Maguila) y otros participantes, Puccio secuestraba y mantenía cautivos a familiares de importantes empresarios en su casa de San Isidro, donde también vivía su mujer y sus dos hijas. Tras el cobro de rescates millonarios, Arquímedes procedía a ejecutar a los secuestrados.

En El Clan, su última película, Trapero no indaga demasiado en esos detalles de la investigación que todos más o menos ya conocemos. De forma acertada, el director hace foco en el punto ciego que tiene uno de los relatos más impactantes de la historia policial argentina: en el vínculo interno de la familia, en su –falta de– comunicación, en el inmutable comportamiento ante una verdad sobre la que no se hablaba, pero que estaba ahí, encerrada y amordazada, a pocos metros de la cotidianidad familiar.

Trapero realiza una muy buena reconstrucción de la época y de ciertos ámbitos sociales específicos de San Isidro. El uso de canciones típicas de los ‘80, tanto nacionales (Serú Girán, Virus) como internacionales (The Kinks, David Lee Roth), aportan a esta construcción y le dan dinamismo y menor carga dramática a escenas fuertes que están musicalizadas con temas que tienen un tono completamente opuesto. El único problema de este interesante recurso es el uso excesivo.  

Salvo alguna que otra excepción, las actuaciones logran sumergir al espectador en la historia. Guillermo Francella, abocado hace algunos años a roles dramáticos, asume el papel más desafiante de su carrera y lo hace con mucha altura, salvo en aquellos –pocos– momentos en los que su Arquímedes debe perder la compostura. Allí se le ven los hilos a su interpretación. Por su parte, Peter Lanzani rompe todos los prejuicios y sorprende con una representación profunda de un personaje difícil de interpretar por su doble moral. Las dudas que todos tenemos acerca de Alejandro Puccio son las mismas que refleja Lanzani en cada una de sus intervenciones.

Al hablar de “excepción” al principio del párrafo anterior, me refiero a ciertas actuaciones de personajes secundarios que, a mi entender, distraen por no estar en consonancia con el resto. Este problema es recurrente en el cine argentino y parte de darle mucha más importancia al casting de actores principales que al de los intérpretes secundarios. Fabian Bielinisky, director de Nueve Reinas, decía que admiraba del cine estadounidense la atención sobre todo el conjunto de actores de una película, porque son los secundarios los que terminan de darle el sustento de credibilidad a un film.

En cuanto a la narrativa visual, para hacer foco en los personajes, Trapero apela a planos cerrados y secuencias no muy largas. Más allá de la innegable capacidad del director para filmar (sus excelentes planos secuencia son un sello característico), por momentos el montaje se vuelve fragmentado, poco fluido, como si se conformara con el mero ordenamiento de escenas. Son detalles que, igualmente, no afectan a la muy buena percepción general que uno puede tener de la película.

Toda gran historia debe tener un buen final, y en este caso El Clan acepta la premisa e impacta en sus últimas secuencias. Más allá de que pueda gustar más o menos, la película logra dejar al espectador con muchas preguntas y con cierta incredulidad ante el comportamiento de una familia muy respetada en la zona, que incluso años después de los hechos seguía siendo defendida por varios de sus conocidos.

Seguramente la riqueza de la historia, la trayectoria del director, el conocimiento popular de los actores y la fuerte difusión del film ayudan a explicar el éxito y los récords de concurrencia a solo una semana del estreno.

► Les comparto la entrevista que le realizamos en el programa On The Rocks a la actriz Lili Popovich, que interpreta a Efigenia Puccio en El Clan.


jueves, agosto 13, 2015

The Jinx: Un juego macabro


“Me interesan este tipo de historias de monstruos. Si averiguo que alguien está loco, es un maníaco o un asesino serial, siempre pienso que esa persona empezó en alguna parte. Empezó siendo una persona, con esperanzas y sueños”. La frase pertenece a Andrew Jarecki, realizador de la excelente serie documental The Jinx - The Life and Deaths of Robert Durst que produjo la cadena HBO. El director le transmitió esa reflexión a un periodista durante el estreno de la película All good things, que también dirigió, y que está inspirada en la historia de Robert Durst, hijo de un magnate de bienes raíces neoyorkino, que se convirtió en el principal sospechoso de la desaparición de su esposa en 1982. 

Tiempo después de estrenarse el filme, Durst se contactó con Jarecki para comentarle que le había gustado mucho la película y que tenía ganas de ser entrevistado. Sin dudarlo, Jarecki aceptó la propuesta y comenzó a preproducir lo que hoy en día es la serie documental más comentada del momento, no solo por su valor cinematográfico, sino también por su impacto en la vida real de los protagonistas.

Jarecki ya contaba con experiencia en el género documental. En 2003 filmó Capturing the Friedmans, un retrato de una familia estadounidense de clase media cuyo padre e hijo eran sospechosos de abusar menores. La película fue muy bien recibida y ganó el Gran Premio del Jurado en Sundance, además de ser nominada al Oscar allá por 2003. Si hay algo que caracteriza a Jarecki es su capacidad para entablar un vínculo muy cercano con los protagonistas. Sucedió con Arnold Friedmann y también en este caso con Robert Durst. Seguramente, esa cercanía le permite al realizador exprimir al máximo cada entrevista, tanto con los protagonistas, como con el resto de las personas que componen el relato. No solo es un meticuloso narrador de historias, sino también un entrevistador incisivo, pero sutil.

The Jinx está compuesta por seis episodios que reflejan los momentos más importantes en la vida de Robert Durst, un hombre que cobró protagonismo no solo por la desaparición de su mujer, sino también por ser sospechoso de la muerte de su amiga y portavoz Susan Berman en el 2000, y por haber asesinado y descuartizado a un vecino un año después en Galveston, Texas. A pesar de que es necesario ver la serie para conocer el detalle de cada caso, la lógica indica que una persona con semejantes antecedentes debería haber estado presa. No fue así, y si ven la serie entenderán por qué.

La infancia de Durst estuvo marcada por el suicidio de su madre y por la relación distante con su padre, lo que provocó posteriormente que éste lo elija a Douglas Durst, el hermano menor, como el sucesor en el trono del imperio inmobiliario. En esta parte del relato se explica la primera frase de esta nota. A Jarecki no solo le interesa contar el lado oscuro de un criminal, sino también su historia y los diferentes sucesos que lo llevaron a convertirse en un monstruo. Uno podría pensar que esta intención de Jarecki roza la búsqueda de justificación, pero no es el caso. Con la frialdad de un cirujano, el director hace un retrato profundo y complejo que escapa de la mera caricatura de un criminal.

La serie hace hincapié en los tres casos que lo llevaron a Durst a la tapa de los diarios más importantes de Estados Unidos. Primero se revela la conflictiva y violenta relación con su esposa, que derivaría en su desaparición; luego se explica el vínculo con Susan Berman, hija de un mafioso, que se convierte en su confidente y posteriormente en su víctima; y por último se le dedica un espacio importante al insólito juicio al que fue sometido tras dispararle a un vecino, desmembrarlo y tirar sus partes al río.

El documental tiene como eje la entrevista a Durst, y a su vez combina de manera armoniosa material de archivo (programas de televisión, diarios, audios, cámaras de seguridad); entrevistas a personas allegadas, a investigadores y abogados a cargo de los diferentes casos, y a familiares y amigos de las víctimas; representaciones de algunas situaciones relevantes, como los crímenes; e imágenes del detrás de escena de la filmación, en donde se ve a Jarecki y sus colaboradores diagramando cada paso a seguir. El uso de la música y la edición le dan a la serie un ritmo vertiginoso y dinámico, pero también provocan la intensidad y la tensión suficiente como para generar un clima dramático, denso y cuasi terrorífico sobre el final.

Da la sensación que luego de seis capítulos, uno logra descifrar al menos una parte de la macabra personalidad de Robert Durst. Una personalidad que se ve reflejada en sus gestos al decir una mentira -como tocarse la cara, rascarse el pelo, toser o mover los ojos- y en  sus extrañas reacciones ante ciertas preguntas. A lo largo de la entrevista que le realiza Jarecki y también al ver sus testimonios a lo largo de los años (siempre ante autoridades, nunca a periodistas) pareciera que Durst estuviera jugando todo el tiempo,  como si quisiera que lo descubran, como si prefiriera dejar pistas, migajas de pan que deben ser recogidas para que en su conjunto puedan darle algún tipo de sentido a esta historia. Es como si fuera al mismo tiempo un criminal y un niño que practica un juego macabro y que sabe que no puede ser incriminado.

Durst camina durante 30 años a lo largo de una fina línea que separa a la obviedad de la sutileza.  Esa capacidad de equilibrio se la da su inteligencia, pero también su rol de miembro de una sociedad en la que la justicia muchas veces está sometida al poder económico.

jueves, julio 30, 2015

Cinco grandes series que tal vez no conocías

El mundo de las series es tan rico y su abanico tan amplio, que es imposible ver todo lo que ofrecen tanto la televisión como las plataformas on demand. Por eso, casi la mayoría de las personas termina viendo aquellas cuatro o cinco series que trascienden su propio nicho y se vuelven más populares. En esta oportunidad, queremos recomendar algunas ficciones que son reconocidas, tienen su público, pero que todavía, si las mencionamos en alguna reunión de amigos, difícilmente todos las conozcan.

Ojo, es una selección completamente caprichosa:

The Americans

Probablemente es la serie más subvalorada que se puede encontrar hoy en día en la televisión. Marginada en las entregas de premios, cada temporada –van tres– The Americans se encarga de demostrar que una buena historia de espías no necesita grandilocuencia, sino sutilizas, inteligencia, diálogos certeros, emoción y momentos puntuales de impacto. ¿De qué trata? La serie transcurre en la década del ‘80, durante el gobierno republicano de Ronald Reagan, en plena etapa de tensión de la Guerra Fría. Narra la historia de Philip y Elizabeth Jennings, dos espías soviéticos de la KGB que se hacen pasar por una pareja norteamericana que construye toda una vida normal y familiar en Estados Unidos mientras lleva adelante operaciones encubiertas para filtrar información a su gobierno. Una representación teatral del sueño americano, repleta de pelucas, maquillaje, bigotes falsos y múltiples personalidades, a cargo de espías soviéticos.

Orphan Black

Las nominaciones a los premios Emmy de este año revelaron sorpresas, obviedades e injusticias, pero también una importante reivindicación. En el rubro de mejor actriz fue nominada –¡al fin!– Tatiana Maslany, una actriz canadiense que hace un trabajo descomunal en la serie de ciencia ficción Orphan Black, producida por BBC América. Maslany asume el rol de diferentes mujeres (con personalidades muy disímiles) nacidas de un experimento que las convirtió en clones. Además del despliegue de la actriz, que implica cambios de vestuario, maquillaje y sobre todo modificar constantemente el chip de cada personaje sin perder ni un gramo de credibilidad, la serie es muy dinámica y entretenida. Cuenta con personajes queribles, bien definidos, que mantienen buena química entre sí y que llevan adelante una historia cargada de subtramas, una característica que en la previa podría resultar un tanto compleja pero que se resuelve de manera simple y eficaz. La historia, además, dosifica muy bien la información que brinda, aportando en cada capítulo un dato nuevo y ampliando el conflicto a una escala que todavía no sabemos hasta dónde puede llegar.  

Hannibal

Si estás mínimamente conectado con el mundo exterior, seguramente conozcas al Dr. Hannibal Lecter. Este mítico personaje, creado por el novelista Thomas Harris y encarnado en el cine por Anthony Hopkins, se convirtió en uno de los asesinos seriales más siniestros del mundo de la ficción. Y en esta época dorada de la televisión, en la que no solo se crean buenos programas originales, sino también interesantes adaptaciones, era lógico que se recurra a una historia tan rica como la de caníbal más famoso. La cadena NBC asumió el riesgo de realizar esta historia de la mano del productor Bryan Fuller, a quien tal vez conozcan de series como Dead Like Me, Pushing Daisies o Wonderfalls. ¿Por qué Hannibal es una serie tan buena? Primero porque el actor danés Mads Mikkelsen logró descolgarse la mochila de Anthony Hopkins y construir un personaje complejo, que genera rechazo y empatía al mismo tiempo y que cuenta con un aura de invencibilidad que lo vuelve el peor villano que te puedas cruzar. Seguramente el formato de serie facilita la construcción de diferentes capas en un personaje, como lo puede lograr también la literatura y más difícilmente el cine. En segundo lugar porque es una obra de arte, de una factura visual bellísima, con un trabajo fuerte de fotografía y posproducción –acompañado por un guión que promueve el uso de estos recursos-, que logra llevar al espectador a un clima de hipnosis propio de una sesión de terapia con el Doctor Lecter. Y tercero porque el reparto, que incluye a Hugh Dancy, Laurence Fishburne, Gillian Anderson y Caroline Dhavernas, hace un trabajo perfecto en la construcción de un mundo que se divide entre lo onírico y lo real, sin caer en sobreactuaciones ni en situaciones inverosímiles. A pesar de que se anunció que la tercera temporada de Hannibal será la última, tenemos esperanza de que otra cadena -¿tal vez Netflix?- reflote el proyecto y la traiga nuevamente a la televisión.

The Fall

Esta miniserie irlandesa que protagoniza Gillian Anderson (Hannibal, X Files) junto con Jamie Dornan (el galán de “50 sombras de Grey”) es algo más que un simple thriller, mucho más que el clásico juego del gato y el ratón. La presencia de un asesino serial de mujeres en la ciudad de Belfast, Irlanda, obliga a la policía local a solicitar la ayuda de la detective inglesa Stelle Gibson. Además de contar con personajes fuertes, con carácter, que logran –en el caso de la dupla protagonista– ensamblarse como dos caras de una misma moneda, con similitudes y abismales diferencias, la historia presenta también a la ciudad de Belfast como un escenario de luces y sombras, que tiene los mismos fantasmas que muchos de los personajes que la habitan. Con un desarrollo narrativo un tanto más denso que el común de las series policiales, The Fall aprovecha esta cualidad para acentuar la carga de suspenso de la historia y construir lentamente la compleja relación entre la detective y el asesino, que oscila entre el rechazo y la admiración.

Grimm

Ok, esto sí es un completo capricho. Pero si te interesan las historias de fantasía y criaturas extrañas, en un marco de drama policial, Grimm te va a gustar. Con algunos personajes inspirados en los cuentos de los hermanos Grimm, esta serie –que emite Universal Channel en la Argentina– logró construir de manera muy sobria, sin excentricidades, un mundo sobrenatural en el que conviven humanos y seres Wesen, criaturas que pueden adoptar forma humana pero que en el fondo son temibles –o queribles– animales. La serie, a pesar de tener que contar cada semana una historia diferente (con una trama general que avanza lenta pero sostenidamente), no alcanzó todavía el desgaste propio del formato y se mantiene viva luego de cuatro temporadas.




miércoles, julio 22, 2015

Louie: el manual de la incorrección política

Louis C.K es, probablemente, uno de los comediantes de Stand Up más importantes de Estados Unidos en la actualidad. Tiene un humor desacartonado, natural, que carece de todo tipo de corrección política y que parece burlarse de todo y de todos, incluso de él mismo. Luego de varios años en las sombras, dedicado a escribir guiones para shows televisivos, sin demasiado suceso en el mundo de la comedia en vivo y con papeles menores en cine y televisión, tuvo en sus manos el desafío de crear y protagonizar, allá por 2006, una comedia para HBO llamada Lucky Louie, que no tuvo el éxito esperado y que fue cancelada al terminar la primera temporada.

Sin embargo, en 2010 le llegó una nueva oportunidad, que sería una bisagra para su carrera. La cadena FX le ofreció 200 mil dólares por capítulo –un presupuesto acotado– para que realice una serie televisiva a piacere, con la promesa de tener total libertad de acción. Dinero y libertad creativa, ¿qué más podía pedir? De esa apuesta nació Louie, una comedia cínica, bizarra, muy honesta, pintada con tintes dramáticos, y única en su estilo, que este comediante de apellido húngaro –Szekely– dirige, escribe, protagoniza, ¡y edita! Así como suele estar solo en el escenario, también se carga sobre los hombros la responsabilidad de llevar adelante este proyecto que ya cuenta con cinco temporadas.

Louie, al igual que la aclamada serie Seinfeld (Louis C.K reconoce la influencia) retrata la vida de un comediante de Stand Up. Louie es un tipo normal, padre de dos hijas que atraviesan el sinuoso camino de la adolescencia, divorciado de una mujer exitosa, hermano de un hombre que no sabe qué hacer con su vida y eventual partenaire de mujeres que no se lo toman demasiado en serio. Pero sobre todo es una persona que no sabe muy bien cómo lidiar con el mundo que lo rodea. Allí es cuando aparecen reflejados los miedos, las preocupaciones y las obsesiones más profundas de Louis C.K.

¿Es una comedia? Sí, pero no se van a morir de risa cuando la vean. No tiene los clásicos gags, maneja otro timing, no hay risas de fondo (por suerte) y tiene un formato que difiere de la clásica sitcom que acaparó a la televisión en la década del 90. Es probable que se agarren la cabeza varias veces en algunas escenas y se rían con nervios. Porque en algún punto este es el desafío que propone Louis C.K: incomodar con la cruda realidad, sacar ciertos filtros de pensamientos que muchos de nosotros nos autoimponemos y que el personaje elimina, pero con cierto grado de culpa. Y allí es donde muchas veces Louie falla a la hora de relacionarse.

A través de temas como la muerte, el sexo, los sueños y las relaciones humanas, Louis C.K parece echarle en la cara al espectador todos los prejuicios con los que convive la sociedad diariamente, para que los reconozcan y, en algún punto, se rían de ellos mismos.  Para que no nos tomemos todo demasiado en serio.

Una anécdota de la última temporada –más corta de lo habitual– pinta un poco de cuerpo entero a la serie y al mismo Louis C.K. Debido a que prefería grabar en otoño, el comediante le propuso a FX demorar el estreno de la temporada. Pero la noche anterior a que John Landgraf, jefe de la cadena, anuncie la programación del año (sin Louie), Louis C.K tuvo un rapto de inspiración, ayudado por un influyente consumo de marihuana, y escribió hojas y hojas de guión. Inmediatamente llamó a Landgraf para arrepentirse de la idea de demorar el estreno, pero ya era un poco tarde y el jefe de FX le dijo que solo podría hacerla si la temporada contaba con menos capítulos. Lo curioso fue que, al día siguiente, Louis C.K leyó lo que había escrito y no tenía ningún tipo de coherencia. Finalmente no usó nada de ese material para esa temporada que en primera instancia no iba a grabar y que ahora se había comprometido a hacer. Toda esta hilarante secuencia tranquilamente podría ser una escena de la serie. 

Louie nunca se emitió en la Argentina, o sea que si alguien la quiere ver debe recurrir a Internet. Junto a Silicon Valley, Veep y Transparent (cada una con un estilo bien distinto) conforma una ola de renovación para un género que venía un poco relegado en esta época dorada de la televisión. Tarde, pero seguro. Bienvenido sea el humor.


viernes, julio 17, 2015

Miyazaki, el maestro de la animación japonesa


























En tiempos de emociones que se emocionan intensamente o de Minions que buscan villanos, que exista la posibilidad de ver otro tipo de historias animadas ayuda a descubrir que hay vida más allá de Hollywood. Las retrospectivas son una buena oportunidad para recorrer la obra de directores que se definen tanto por sus películas como por su filmografía completa, y también para ver en pantalla grande aquellos filmes que por su cualidad artística merecen ese tipo de exposición. Además, si en esta propuesta está involucrado el maestro japonés Hayao Miyazaki, mucho mejor.

A lo largo del mes de julio en la renovada sala de cine del Museo Nacional de Bellas Artes (Av. Figueroa Alcorta 2280), a solo 30 pesos, se exhiben ocho de los once largometrajes que este animador, director, guionista, productor de animé y creador del mítico estudio de animación Studio Ghibli realizó a lo largo de su carrera. Dentro del abanico de opciones, se incluye su última y magistral película “Se levanta el viento”, que este año se estrenó comercialmente en Buenos Aires y fue proyectada al aire libre durante el BAFICI.

La animación que presenta Hayao Miyazaki desde hace más de 40 años, que se caracteriza por su belleza visual y por su carácter artesanal, no solo está destinada a chicos, sino también a jóvenes y adultos que pueden entender, además, la complejidad temática de las historias. La búsqueda de paz, la protección de la naturaleza y -como se puede ver también en su último filme- ciertas críticas al pasado imperialista de su país, son algunos de los ideales que suelen reflejar los héroes o heroínas que protagonizan las películas.

Pero sobre todas las cosas Miyazaki tiene la capacidad de crear mundos, de apelar al rincón más fantástico de su imaginación -ayudado por la riqueza de la mitología japonesa- para presentarnos criaturas extrañas, tiernas o terroríficas, que no parecen de este universo, pero que representan y reflejan pensamientos más que terrenales. La presencia de lo onírico también es recurrente en estas obras, lo cual facilita la inclusión de elementos fantásticos en la imaginación de los personajes y representa simbólicamente sus deseos.

A pesar de que en 2013 anunció su retiro como director de animación para su estudio, el realizador de películas como “La princesa Mononoke” y “Mi vecino Totoro” se mantiene activo con algunos proyectos vinculados al Museo Ghibli, que exhibe todo tipo de material (libros, esculturas, proyecciones) basado en el mundo de la animación. En los últimos días se dio a conocer la noticia de que Miyazaki se encargará de un cortometraje realizado íntegramente con la tecnología digital CGI, algo que llama la atención ya que siempre trabajó con animación tradicional.

El reconocimiento del mundo Hollywood le llegó recién en 2001, cuando ganó un Oscar por su película “El viaje de Chihiro”. Y este año, a raíz de su retiro y como compensación ante la indiferencia que sufrió durante tantos años por parte de la Academia de cine estadounidense, recibió el Oscar honorífico, que suele premiar la trayectoria de grandes figuras de la historia del cine.

Todo aquel que no conoce la obra de Miyazaki tiene la oportunidad de verlo en pantalla grande durante los fines de semana de julio. Una propuesta más que interesante para aprovechar. 

lunes, junio 22, 2015

La Patota, de Santiago Mitre

La Patota, última película de Santiago Mitre, no le dice al espectador lo que tiene que pensar, pero sí pone sobre la mesa las diferentes miradas que hay sobre el tema que trata y las complejidades que circulan alrededor del conflicto. Porque no todo es de una manera u otra porque sí. Las circunstancias de un hecho tienen un peso específico propio y muchas veces chocan con los pensamientos y sentimientos personales.

Paulina (Dolores Fonzi) es una joven estudiante de un Doctorado en derecho que decide volver a Misiones, su provincia natal, para ser parte de un programa educativo en una escuela rural. Toma la decisión a pesar de la oposición de su padre (Oscár Martínez), un juez reconocido que no entiende cómo su hija decide abandonar su prolífica carrera para ir a dar clases a un pueblo pobre y olvidado en las afueras de Posadas. Paulina argumenta desde su posición de militante y desde su idea de que las cosas se hacen con el cuerpo entero y no con el dedo a la distancia.

Desde el primer día la protagonista debe lidiar con la falta de interés de sus alumnos, pero sabe que su determinación debería ser más fuerte que cualquier inconveniente que se le plante enfrente. Aun cuando ese inconveniente sea una violación a manos de una patota integrada por algunos de sus alumnos.

Ese hecho plantea la discusión principal de la película. Los autores (Mariano Llinás y Santiago Mitre), a partir de la contraposición ideológica de los personajes, buscan descomponer el concepto de justicia para que sea tratado tanto desde una mirada legal, como desde un punto de vista ético. El concepto cinematográfico de punto de vista juega en este caso una partida doble: no solo vemos la mirada ideológica de cada personaje, sino también sus acciones desde el aspecto narrativo del filme.

Pero más allá de las miradas, la protagonista de esta película es Paulina y así parece dejarlo en claro la autodeterminación del personaje, que choca contra la opinión que todos tienen sobre lo que le ocurrió a ella. Paulina parece decirles que ella es la que decide qué hacer con su cuerpo, con sus decisiones, y con las consecuencias de meterse en el barro de un sistema sucio. Y ahí la película hace otras preguntas: ¿hasta qué punto la autodeterminación debe ser aceptada? ¿Puede la autodeterminación, en ocasiones, ser un acto egoísta y soberbio?

El mundo de La Patota parece dividido por la frialdad de la víctima y la impotencia de los que la rodean. Pero incluso la determinación -¿ceguera?- del personaje de Paulina se ve desafiada por sus propias miradas y sensaciones, aunque no tanto por sus palabras y decisiones. Y las decisiones de aquellos que la rodean, que en apariencia suenan más lógicas, también están condicionadas por un factor emocional inevitable en ese tipo de circunstancias.

La película es provocativa e incómoda. Inmediatamente pone al espectador en un estado de alerta, dispuesto a indagar en su propio sistema de ideales para luego discutir con otros si se acepta o no el discurso de los personajes. Pero lo que es seguro es que no genera indiferencia. Esto se comprueba solo con verla en el cine y sentir la reacción de algunas personas después de la función.

Las actuaciones de Dolores Fonzi y Oscár Martínez están a la altura de la complejidad ideológica y temática de la película. Tal vez el único problema que pueda tener la película sea lo explícito del discurso de sus protagonistas, mostrando demasiado en algunas escenas -sobre todo en el caso de Paulina- el estereotipo del militante de la causa justa (¿justa para quién?). Esto no quiere decir que no exista este tipo de persona, solo que a veces, a través del discurso, la película lo vuelve excesivamente obvio.  Más allá de eso, la sobriedad de la actuación, a través de ciertas miradas y pequeñas acciones, vuelve verosímil una historia cruda y arriesgada que sin un buen acompañamiento actoral tenía todas las de perder. 

viernes, mayo 08, 2015

Mad Men: el retorno a nuestro pasado






















Dicen que lo que vale de una obra no es la intención del artista, sino la interpretación del espectador. Siento que algo me gusta cuando me dan ganas de comentar el impacto que tiene sobre mi sistema de pensamientos. Cuando me preguntan qué tema trata una película, una serie o un libro, siempre puedo hacer referencia a una temática claramente reconocible, pero muchas veces internamente me surgen cuestiones que puedo o no compartir con otros, pero que no necesariamente fueron planificadas por el autor.

¿Por qué creo que ocurre esto? Porque una obra que es realizada a partir de un conjunto de pensamientos y sentimientos, termina tocando diferentes notas en distintos instrumentos, termina tocando múltiples fibras en cada receptor. Y finalmente cada uno elabora la música que más le gusta o la que surge más espontáneamente, según nuestro sistema de valores, recuerdos y pensamientos.

Por eso cuando pienso en Mad Men, tal vez lo primero que se me viene a la cabeza no es una imagen de Estados Unidos en los ‘60 o el mundo de la publicidad en plena ebullición, sino ciertos detalles que hacen a la esencia de sus personajes. A sus miedos y sus silencios. Mad Men es una serie introspectiva, de miradas fijas hacia adelante, pero también hacia adentro. Refleja esos momentos en los que nos están diciendo algo y nosotros estamos pensando en otra cosa, con la mirada perdida, simulando que escuchamos.

Los personajes de Mad Men, con Don Draper a la cabeza, deambulan en un oasis que día a día se va tapando con arena, que es aquello que domina cotidianamente la realidad. Y la creatividad -en cualquier ámbito- surge a veces en esos oasis, cuando la mente encuentra la claridad en una ubicación enajenada de cierto ruido cotidiano.

Don Draper nos lleva, en un contexto vertiginoso de superficialidad, al rincón más puro de nuestro pasado, al origen de nuestros miedos e intereses más genuinos. Nos retrotrae a los recuerdos más inocentes, libres de toda responsabilidad y segundas intenciones. A un mundo que sienta las bases de lo que seremos, que pretendemos dejar atrás, pero que en el fondo nunca queremos abandonar completamente.

Esos hombres y mujeres que inician su carrera en una pequeña agencia de publicidad para luego evolucionar profesional y humanamente, por diferentes circunstancias, hacia el salvaje mundo de la competitividad y el ascenso social, saben que de cierta manera no son parte de ese mundo que quieren alcanzar. Y en cada capítulo que pasa se incentiva esa búsqueda de los deseos genuinos en contraposición con los objetivos socialmente aceptados. 

viernes, abril 03, 2015

The Americans: el enemigo en casa

-Trabajamos para nuestro país obteniendo información. Información que ellos no conseguirían de otro modo.
-¿Son espías?
-Servimos a nuestro país. Pero también servimos a la causa de la paz en el mundo.

Las cosas que escuchás de la Unión Soviética no son verdad.


Me parece un poco injusto que se hable tanto de algunas series que, a mi entender, no lo merecen, y se sepa muy poco de otras que son una pequeña obra de arte, hipercomplejas, pero sumamente entretenidas. Sé que el mundillo del cine y las series conoce The Americans, pero si le preguntás a cualquier persona que no está en el tema, es probable que asocie el nombre a alguna banda indie estadounidense o a cualquier otra cosa, menos a una ficción. ¿Es la mejor? Probablemente no. ¿Está entre las mejores de la última década? Sí, y tenés que verla. 

¿De qué va The Americans? La serie transcurre en la década del ‘80, durante el gobierno republicano de Ronald Reagan, en plena etapa de tensión de la Guerra Fría. Narra la historia de Philip y Elizabeth Jennings, dos espías soviéticos de la KGB que se hacen pasar por una pareja norteamericana que construye toda una vida normal y familiar en Estados Unidos mientras lleva adelante operaciones encubiertas para filtrar información a su gobierno. Una representación teatral del sueño americano, repleta de pelucas, maquillaje, bigotes falsos y múltiples personalidades, a cargo de espías soviéticos.

La serie funciona en varios niveles y nos hace plantear a los espectadores las mismas dudas que tienen los protagonistas. A lo largo de las primeras tres temporadas (ya se confirmó la cuarta) vemos, desde la mirada de Philip y Elizabeth, cómo evoluciona la relación de la pareja con su entorno. Y a medida que la serie avanza, nos muestra cómo ese entorno cambia la perspectiva de estos dos personajes. El estereotipo del soviético frío se rompe en mil pedazos a la hora de mostrar las aristas más sensibles de la relación que llevan adelante los protagonistas entre sí, con sus hijos estadounidenses y con un pasado abandonado en su país. La frialdad, en este caso, pasa por otro lado: a la hora de trabajar son infalibles.


Sus dos hijos no tienen idea de lo que pasa, pero a Paige, la mayor, muchas cosas no le cierran. ¿Por qué no conoce a otros familiares? ¿Por qué sus padres trabajan tanto de noche e inventan alguna excusa para irse cada vez que suena el teléfono? La tercera temporada hace foco en este conflicto y en una polémica orden de la central soviética a sus dos activos más importantes en territorio enemigo. 


A su vez, la relación con el vecino de la familia, que casualmente es agente del FBI e investiga los casos de infiltración soviética en Estados Unidos, es cada vez más cercana. El gran Noah Emmerich, a quien seguro recuerdan como el amigo de Jim Carrey en The Truman Show, retrata a un personaje perspicaz pero conflictuado por un pasado tormentoso y un presente solitario. Aun así, representa la mayor amenaza para la pareja protagonista. ¿El enemigo está en casa? En este caso no, pero vive al lado.

El conflicto interno de los personajes cumple un rol fundamental, que todavía no se traduce en cambios radicales de acción, pero sí en discusiones acerca de lo que pasa cuando conocemos de cerca a nuestro enemigo y, sin querer, llegamos a comprenderlo. Philip se siente mucho más americano que Elizabeth. Disfruta de las comodidades que ofrece la vida estadounidense, sufre esa contradicción, pero todavía no afecta su determinación a la hora de llevar a cabo las operaciones. Para Elizabeth lo material no es relevante y solo se usa como fachada para tapar las atrocidades del sistema. Sin embargo, cada vez sufre más los efectos colaterales que trae implícito el trabajo. Estos sentimientos que acechan a los personajes rondan como fantasmas a lo largo de toda la serie y nos plantean como duda si, al final de la historia, quienes terminen con toda esta farsa serán las autoridades americanas o ellos mismos. 

El héroe televisivo cambió. Ya no es aquel que lucha por el bien común. En todo caso, el nuevo héroe lucha por su bien, por sus ideales o simplemente por sus propios intereses, más allá de que uno pueda estar o no de acuerdo. Pero así como el héroe cambió, nosotros también modificamos nuestra forma de idealizarlo. El carisma del nuevo héroe televisivo provoca que nos dé placer que triunfe un traficante de drogas, un médico adicto a los calmantes o un abogado sin escrúpulos.

En el caso de The Americans, el espectador argentino, como habitante de un país medianamente imparcial (a pesar de que uno pueda estar más de acuerdo con una de las dos posturas ideológicas), no sufre demasiado ni siente una contradicción al adherirse a la lucha de estos dos espías soviéticos que, sabemos por las circunstancias históricas, no tienen mucho futuro. Nuestra simpatía pasa más desapercibida. ¿Pero qué piensa un estadounidense? ¿Puede ponerse en el lugar de esta pareja de espías soviéticos y apoyarlos en su causa? ¿Puede estar en contra del nuevo héroe o quiere que triunfen en sus pequeñas batallas sabiendo que al fin y al cabo la guerra está perdida?

lunes, enero 05, 2015

Dos disparos, de Martín Rejtman



Aprovechando la cercanía, finalmente fui al Gaumont a ver “Dos disparos”, última película de Martín Rejtman que en estos días también se puede ver en el Malba. El filme, que recorrió varios festivales y tuvo muy buena recepción por parte de la crítica, presenta como punto de partida a Mariano (Rafael Federman), un chico de unos veinte años que vuelve de madrugada a su casa tras ir a bailar, y que en vez de irse a dormir, decide cortar el pasto. Tras romper uno de los cables de la máquina, busca en una caja alguna herramienta para arreglarlo y en su lugar encuentra, sorpresivamente, un revolver. Sin pensarlo demasiado, y en medio de un calor agobiante, Mariano sube a su cuarto y se pega dos tiros, uno que le roza la cabeza y otro que le perfora el estómago. De milagro sobrevive.

La película no tiene una estructura clásica. De hecho, se ramifica en diferentes líneas argumentales que no se cierran y termina abandonando, por lo menos superficialmente, el “disparador” inicial. Como idea general, el filme retrata con un tono monocorde y sobrio, casi mecánico (sobre todo en sus diálogos) y pinceladas de humor incómodo, la reacción de la familia de Mariano –su hermano y su madre- ante el intento de suicidio. Pero en particular, el guión parece ir recorriendo la acción de cada uno de los personajes que van apareciendo, sin quedarse mucho tiempo en ninguno, como si se distrajese fácilmente, como si el hecho de permanecer quieto lo incomode.

Se supone que un hecho de estas características debería provocar un cambio en el entorno familiar (aunque no siempre es así), pero la reacción es silenciosa y se desenvuelve profundizando el aparente problema original, o sea, ocultándolo. Pero así como la acumulación de basura debajo de la alfombra lleva a que un día ésta se termine viendo, los problemas terminan encontrando la forma de ver la luz, a pesar de los frustrados intentos de los protagonistas. Todo esto se ve en detalles, en escenas puntuales, en diálogos específicos, enmarcado dentro de estos mini relatos protagonizados por el propio Mariano, que toma su acto sin demasiada preocupación, como si fuera un hecho común; por su hermano Ezequiel, que conoce a una chica que se está separando de su novio “hace dos años”; y por su madre, que emprende un viaje a la costa junto a la profesora de flauta de Mariano y termina conociendo a un particular grupo de personas que entran demasiado rápido en confianza.

El hecho de no tener un final claro da a suponer que Rejtman prioriza la percepción de los climas que genera y la conclusión que uno pueda sacar de esa observación, sin importar si esa historia, en un sentido narrativo clásico, se cierra de algún modo. Por este motivo dudo que sea una película para cualquier tipo de espectador. Su ritmo es lento pero inquietante, como un constante tic tac de una bomba que está a un punto de explotar, pero que nunca lo hace. O en realidad sí lo hace, pero en forma de disparos.

El pedazo que faltaba

Hacía bastante que no iba al Gaumont y por lo que vi, está mucho mejor que antes. Pero lamentablemente sigue teniendo algunos problemas que no se sabe bien por qué suceden, si por dificultades técnicas, descuidos de los proyectoristas o por malas copias. En el medio de la película se cortó la imagen, pero no el sonido.  Al segundo, una mujer que estaba sentada atrás mío se paró indignada y exclamó “¡otra vez, no!”. Rápidamente fue a reclamar. Parece que era la segunda película que veía en el día, y el mismo problema la perseguía. “Seguro que ahora la ponen de nuevo sin repetir el pedazo que no se pudo ver”, dijo en un par de oportunidades. Efectivamente fue así. Mientras la película continuaba solamente con audio, la mujer volvió a gritar: “que alguien vaya por favor a reclamar que yo ya fui”. Y agregó: “encima tiene el sonido bajo y acá atrás hacen ruido”. Tenía razón en todo, pero nadie se mostraba demasiado indignado (yo sí, pero tengo un perfil mucho más bajo). Luego, tras repetir lo de “seguro la vuelven a poner sin repetir el pedazo”, otra mujer empezó a burlarse: “ay, el pedazo, el pedazo”. “Sí, dale, vos reite”, le retruco la primera. “Mirá si me voy a molestar porque me falta un pedazo a los 66 años”, le dijo nuevamente en tono burlón la otra, mientras las veinte personas que estaban en el cine se reían. Cuando todos ya estaban callados, un hombre de unos cincuenta años (que estuvo TODA la película tratando de besar a su novia mientras esta simplemente quería ver la pantalla), seguía tentado y no podía contener la risa. La mujer que estaba atrás mío ya no decía nada. Había sido completamente ridiculizada. Todo parecía una escena de una película de Fellini.